miércoles, 30 de noviembre de 2011

2.5 - Hôtel Dieu

Les jours tristes (instrumental) by Yann Tiersen on Grooveshark


“Hôtel Dieu.” Al parecer un hospital, aunque tenía pinta de edificio histórico.

No sé como había llegado hasta allí. No aguantaba más en el hotel; estaba que me subía por las paredes; así que me puse la chaqueta y eché a andar.


Casi no había podido pegar ojo, y cuando lo conseguí, lo que hice en realidad podría llamarse de muchas maneras menos descansar. 

Me había levantado como si me hubiesen pegado una paliza, y con una resaca de espanto. Fue ponerme en pie y empezar a darme vueltas la habitación. Seguía borracho.

Esto era indecente, después de casi… ¡¿Seis, siete horas?! Aún seguía ebrio… 

Pero no, lo peor no era eso… –pensaba mientras me levanta del suelo del baño, donde había tenido que acudir apresuradamente a arrodillarme frente al váter. 

Sí, causas de fuerza mayor…


Tiré de la cadena y me enjuagué la boca con algo de agua, que escupí luego en el lavabo. 

Me dejé caer en la cama tras haberme refrescado un poco. Aún estaba mareado, pero sabía que pronto empezaría a sentirme mejor; entonces me tomaría una buena dosis de ibuprofeno y tras beber algo de agua, para combatir la deshidratación que provoca el alcohol, podría ducharme y desayunar, y todo estaría bien.

Bueno, al menos físicamente… 

Si solo pudiera arrancarme la cabeza, para dejar de darle vueltas, se resolvería también lo otro…sí ya sé, entonces se jodería lo primero, ¡Dejadme en paz, que estoy de resaca!


Tenía una laguna. 

¿Grande? ¿Pequeña? A saber.

No recordaba con claridad qué había pasado, desde el momento en que un taxi me había parado frente a la puerta del hotel. El retorno a la lucidez me encontró sobre la cama, a medio vestir, y aún con una curda respetable…


Pero Sasha se había ido.

En realidad no; me había ido yo, aunque hubiese parado un taxi para ella. 

“Bueno, un placer, un beso, ya nos veremos. “

Creo que no estaba ofendida. Muy sorprendida, eso sí. Por eso la única resistencia que ofreció, fue no permitirme que le pagara el coste del trayecto de vuelta. No comprendía porque reaccionaba así. Bueno, ni yo.

La eché, eso era todo. Demasiado tarde, sin duda, pero lo hice al fin y al cabo. Un arranque de culpabilidad.

Traté de llegar desde allí; Place d’Italie; hasta el sitio donde me hospedaba, pero a saber, y con el poco francés que sabía, como para ponerme a preguntar. Así que tras mirar durante buen rato un mapa de la zona en una marquesina de autobús, como quien mira un cuadro abstracto, paré el siguiente taxi que vi pasar.


¿De haber llevado la alianza, me hubiese besado?

Me la quité casi al día siguiente a la boda. Debía ser de las pocas personas a las que daba alergia el oro, pero así era. Me picaba y no estaba acostumbrado a anillos ni a otros adornos, así que me la quité un día lavándome las manos y ahí la dejé. Después de una semana se fue a dormir al fondo de un cajón y hasta ahora. Menos mal que Julia nunca fue muy intransigente con estas cosas.


Se me había asentado el estómago, así que me levanté a buscar en mi maleta el dichoso comprimido para la resaca. Tenía la cabeza como un tambor.

Entonces vi las botellas tiradas por el suelo y llené la laguna. En realidad fueron solo unos fogonazos, no la continuidad completa. Daba igual, tampoco había ocurrido nada reseñable. Fue llegar a la habitación y tomar al asalto el maletín que había comprado para mi suegro. Tres botellas de vino francés de las que solo una había salido indemne de la quema. Una estaba abatida sobre la moqueta y a la tercera le quedaba un trago para ser rematada. Ver ese resto de vino en la botella me dio hasta nauseas.


¿Por qué había respondido al beso? ¿Por qué no le había explicado que aquello no podía ser, que aquello no estaba bien?

Porque no estaba bien ¿No?


La luz del baño era demasiado fuerte. Me lavé los dientes en penumbra. Los tenía correosos por el ácido del estómago. Salvo por la fotofobia ya me sentía algo mejor. Una ducha me vendría bien. Una ducha caliente me aliviaría por dentro y por fuera.


Había hecho lo correcto. Tarde, pero lo había hecho al fin y al cabo. Además la culpa había sido de ella, que era demasiado impulsiva. No le había dicho que estaba casado, porque ella no me lo había preguntado…yyyyy…yo no había mencionado a mi mujer para nada, porque no había venido a cuento…


El vapor proveniente de la cabina de ducha inundaba todo el cuarto de baño.

“¡Chiquillo, que te va’h a escalda’h! ¡Si e’h que te pone’h el agua cosiendo!” Hubiese dicho mi abuela, sevillana ella, muy graciosa, madre de mi madre. La mejor caldereta de choto con ajos de toda Mairena del Aljarafe y alrededores, solía jurar por la virgen de no sé qué, que le había dicho no sé quién... sí, a esa abuela tampoco le hacía mucho caso.


El vapor se había condensado sobre el frío cristal del espejo. Mi reflejo era una imagen fantasmal; una sombra a penas; y en el lugar de los ojos dos luceros, dos círculos enormes, nacidos de algún extraño efecto óptico.

Creo que era una buena metáfora de cómo me sentía yo en ese momento.


¿Si había hecho lo correcto, por qué me sentía tan mal, tan derrotado?

Aquel beso…aquellos besos…nunca nadie me había besado así. Nunca había besado yo así a nadie…

Estaba contrariado. Mucho. Mi corazón me decía que me había equivocado, que la estaba cagando.


No quería verme más en ese puto espejo, donde no se veía nunca nada. Nunca nada claro. Me vestí, bajé desayuné y me fui a tratar de despejarme caminando. 

Y aquí estaba, perdido, sin mucha idea de donde estaba, pero con el teléfono en la mano y la certeza de que tenía que hablar con ella, que esto no podía quedar así, que al menos…que al menos tenía que explicarle porqué.


-Hola –jamás hubo un hola más cargado de hielo.

-Creo que te debo una explicación, Sasha.

-En eso estamos de acuerdo.

-Sí… -no sabía como seguir –Oye, ¿Podemos vernos en algún sitio? Es que no me gusta hablar por teléfono y menos de estas cosas.

Se la oyó respirar en silencio durante un lapso de tiempo que me pareció próximo a la eternidad. Aunque estaba casi seguro de que si había contestado a la llamada, lo más seguro es que no fuera a colgar.

-De acuerdo ¿Dónde estás? –preguntó al fin.

-Pues he atravesado un puente sobre el Sena y ahora estoy ante un hospital con pinta de antiguo que se llama “Hôtel-Dieu” y en la acera de en frente hay una especie de mercado donde venden flores.

-Vale, estás en la “Île de la Cité”; quedemos en Saint-Michel –como sabía que conocía la ciudad entre poco y mal, me indicó sin necesidad que le preguntara yo –sigue caminando por esta acera en el sentido que ibas. Al poco te toparás con Nôtre-Dame a la izquierda; tú continua recto, cruza el primer puente que haya y una vez del otro lado, a la derecha y me esperas junto a una fuente monumental del arcángel San Miguel que está integrada en la fachada de un edificio, en la confluencia entre el boulevard Saint-Michel, la calle Danton y otro de los puentes de la isla del Sena. No tiene perdida y sino preguntas, que total vas a tener que esperarme un ratito, porque estoy en pijama.

-No importa, muchas gracias Sasha, nos vemos, un beso.

-Un beso.


Me guardé el móvil en el bolsillo, degustando la sensación de alivio que me subía desde lo más hondo del estómago, extendiéndose por todo el cuerpo.

Miré en frente. Vi la exuberancia de plantas tropicales, centros de mesa y ramos de rosas de cultivo y pensé, que ya que tenía tiempo, no esperaría con las manos vacías.


Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

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