martes, 27 de diciembre de 2011

Felicidades

Estimad@s amig@s,

Nos hemos tomado unos días de descanso para festejar las navidades, el año nuevo y la consecución de los dos primeros capítulos de "Los ojos de la medusa".

Volveremos con nuevas entradas, un par de semanas pasados los brindis.

Felices fiestas para tod@s!


Por: El Exiliado del Mitreo y Carol 

miércoles, 14 de diciembre de 2011

2.7 - Destino Madrid-Barajas

“Los pasajeros con destino Madrid-Barajas dispónganse a embarcar por puerta…”

Solo escuché el principio de la parrafada, que luego fue repetida también en inglés. 

No fui el único, porque para todos los que estábamos por allí, sentados dispersos en las hileras de bancos de aquella zona de la terminal, fue el pistoletazo de salida para correr a formar una cola delante del mostrador de admisión.

Nando y yo no nos dimos prisa, aunque volábamos en clase turista. Con Iberia los asientos eran numerados, así que tampoco había que matarse para conseguir un supuesto mejor sitio –que a todo esto, ¿cuál es? Porque si se cae el avión me parece que nos recogen a todos con pala. Sí es cierto que tengo una pequeña preferencia por los sitios con ventanilla, pero si me toca pasillo o en medio tampoco es como para hacer un drama en un vuelo tan corto. 

Además mi compañero estaba bastante hecho polvo. En el taxi que nos llevaba al aeropuerto de Orly, ya cabeceaba y me confesó que venía de empalmada; sin dormir. Cuando nos encontramos en el vestíbulo del hotel no lo vi tan mal, pero en cuanto bajó el nivel de actividad, le alcanzó todo el sueño al que había estado ganando la carrera estos días. 

Creo que por tener tan mala cara se ganó el cacheo al pasar el control de seguridad. Te disparan el arco detector de metales cuando les apetece, algún amigo me comentó que lo había visto hacer. Todo sea por nuestra seguridad, cortesía de la paranoia mundial post-11S. 

La verdad que el pobre no tenía cara de que le molestara, en realidad no tenía cara de nada en absoluto más que de querer morirse… o en su defecto de que le dejaran dormir. Estaba convencido que nada más sentarse en el asiento, con el avión aún en pista y todo, iba a ponerse a hibernar como un vulgar oso.

Le dije que si quería nos tomábamos un café, pero el prefirió no hacerlo para simplemente echarse una siesta durante el vuelo e irse a dormir nada más llegar a su casa. Así que para combatir el sopor, opté por darle conversación. Sentados en la sala de espera de la terminal, me contó que la misma tarde en que cada uno se había ido por su lado después de tomar un café en el Marais, él había conocido a un chaval muy majo y habían pasado estos días juntos. Se le veía feliz cuando me lo contaba, pese al cansancio.

Se disculpó por solo haber dado señales de vida estos días, a través de lacónicos mensajes de texto en respuesta de alguno mío. Le dije que yo tampoco me había aburrido, que no se preocupara.


Fuimos de los últimos en embarcar, lo que nos era casi indiferente, porque nuestros asientos estaban situados cerca de la cabina. Teníamos en la misma fila, el asiento del medio y el del pasillo.

“Ponte en el del pasillo tú –me dijo Fernando –total yo me voy a dormir y así no tendrás que aguantar la cara de estar conteniéndose un pedo, de la tipa que hay en el asiento de la ventanilla.”

Me reí. Desde luego que mi risa empeoró la cara de la susodicha, pero estaba casi seguro de que no nos había entendido; hay gente que nace con esa mala sangre.


Despegamos después de que las azafatas efectuaran la tradicional demostración de lo que parecía la danza de apareamiento de algún ave exótica. Como predije, para entonces Nando ya estaba en brazos de Morfeo, y respirando fuerte, lo que parecía incomodar sobremanera a la señora de la ventanilla. 

Yo me desabroché el cinturón de seguridad en cuanto se apagaron las luces tras el despegue y me puse lo más cómodo que pude. Aún no habíamos dejado el cielo de París y ya estaba absorto examinando unos documentos que tendría que presentar en los próximos días a mi jefe. Prefería no pensar demasiado en lo que había pasado estos días. Había disfrutado como hacía tiempo que no lo hacía, pero también lo había pasado mal, porque aún después de mi explicación y de que volviéramos a empezar partiendo de una nueva base, había demasiada tensión sexual entre nosotros dos… Cuando nos despedimos esta mañana, acordamos que ella me avisaría de alguna forma cuando fuese a estar de nuevo en España y le prometí que entonces yo la llamaría. Ahora, sin embargo, no veía tan claro que fuese una buena idea.


Comenzó el ir y venir de sombras que discurrían por la periferia de mi campo visual en dirección al aseo. Una de esas sombras se detuvo a mi lado en el pasillo.

-Hola, guapo, ¿Qué lees?

Levanté la vista de mis informes y me di de frente con el rostro de mi ángel tentador.

-¡Coño! –sí, lo sé, no digáis nada, la madre que me parió...

-No, no, me llamo Sasha, ya sabes –dijo riéndose. ¡A ver! –Tomó uno de los folios y le echó un rápido vistazo -¡Buf! ¡Qué rollo! Sabes, la gente suele leer el periódico o un libro y no estas cosas raras y aburridas; yo me lo haría mirar.

-¿Y qué haces tú aquí?

-Pues es evidente; estoy acosándote –cabrona, siempre tomándome el pelo.

-Me siento halagado, ya tengo mi propia acosadora personal, pensaba que solo los futbolistas famosos tenían derecho a eso –sí, yo también sé hacer bromas… y creo que ni me tembló mucho la voz –no en serio, ¿qué haces tú aquí?

-Vuelo con dirección Madrid-Barajas, ¿Te suena de algo? –dijo sonriendo con insolencia.

-Entonces, ¿eres de Madrid? –Asintió, diciendo simplemente “Sip” -¿Y por qué me dijiste que eras de aquí y de allá, cuando te pregunté sobre eso? No sé, había entendido que ahora estabas viviendo en París –dije fingiendo estar ofendido.

-Oye, Ernesto, nos acabamos de conocer, no te pongas tan controlador –respondió riéndose y guiñándome un ojo.

-¿Tú eres un poco bicho, no?

-Ajá –e hizo como si me pegara una bofetada pero a cámara muy lenta –Venga, si te lo hubiese dicho el otro día no habría podido darte ahora una sorpresa. Uy, me vuelvo a mi sitio que ya están pasando los auxiliares con los carritos de la comida. Buen viaje, te veo en tierra.

-Buen viaje. 

–¡Oh! Ernesto –antes de irse tenía algo más que decirme –a partir de esta tarde voy a estar otra vez en España, así que cuando quieras me llamas y quedamos a tomarnos algo.

-Sí…

-…

-Te has puesto rojo –murmuró Nando como entre sueños.

-No es verdad.

-Sí que lo es, he abierto un ojo para verte –estaba a punto de explotar de risa… y yo también –tienes buen gusto cochino. Te lo digo yo y eso que a mí no me van las tías.

-…

-¡Anda el Ernesto y parecía tonto!

-¡Pero si entre esta chica y yo no ha pasado nada!... –Había levantado la voz, la señora francesa del asiento de la ventanilla me miró sorprendida y molesta -< ¡Pero si no ha pasado nada! > -repetí murmurando.

-¿No? –dijo Fernando abriendo los ojos febriles e inyectados en sangre por la fatiga y volviéndose hacia mí. Yo negué con la cabeza –Uy, a ver si no voy a ser yo aquí el único maricón.

-¡Pero tío, que estoy casado! –había vuelto a levantar la voz. La mujer francesa me volvió a mirar mal; puta vieja.

-¿Y eso cuando ha sido un obstáculo?

-Pues para mí sí, Nando, cuando uno da su palabra debe cumplirla.

-Tú mismo –volvió a cerrar los ojos y a estirarse sobre su asiento, yo volví a mis papeles. A los dos segundos volvió a la carga.

-<Mariquita>

-< ¡Fernando!> -sí, uno también puede gritar en susurros.

-<Perdón> -pero a los dos segundos ya estaba otra vez murmurando entre dientes -<Mariquita…>

Vaya viajecito que iba a darme éste…


Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

miércoles, 7 de diciembre de 2011

2.6 - Saint-Michel


Me sorprendió su llamada. Realmente pensé que nunca más volvería a saber de él... Hasta me imaginé borrando su número del listín del móvil dentro de algunos años, y preguntándome: “¿Quién cojones será éste tal Ernesto?”


-Hola...

Luego de responder me pregunté si debería haberlo cogido. Ya me había mentalizado con la idea de que nunca más volvería a oír su voz, de transformar la noche pasada en un recuerdo más... otra relación de las que abundaban en mi vida, aunque esta vez sin polvo de despedida...

-Creo que te debo una explicación, Sasha.

Estuve de acuerdo. Aún seguía sin entender su forma de actuar, ¿por qué me había subido a un taxi y mandado a casa? Lo estábamos pasando muy bien juntos, eso era un hecho, ¿no?

-Sí… Oye, ¿Podemos vernos en algún sitio? Es que no me gusta hablar por teléfono y menos de estas cosas.

Dudé. ¿Tenía sentido verlo después de cómo acabó la noche?

La verdad es que si hubiese sido un tío más, hubiese ignorado la llamada... pero Ernesto, tenía esa mirada inocente, ese aire de niño pequeño que me había cautivado desde el primer encuentro... ¿Por qué la noche había terminado así? 

En -gran- medida porque sentía esa atracción por él, y en -menor- medida para saciar mi curiosidad, escuchando lo que tenía que explicarme, acepté que nos encontráramos...


Cuando me deseó buenas noches y me subió al taxi la noche anterior..., no sé, me sentí tan desarmada, tan adolescente, cuestionándome que es lo que habría hecho mal, si le habría acaso disgustado por algún motivo que se me escapaba. 

Llegando ya a casa de Ana, a bordo de ese taxi donde había estado dándole vueltas al asunto pese al mareo por efecto del alcohol, logré ordenar mis pensamientos con algo parecido a la coherencia y llegar a una conclusión: no debía hacerme yo esas preguntas; el que había estado mal - ¿es esa la palabra? - era él. Debía de pasarle algo, tener algún problemilla...

Quizás era virgen o tenía muy poca experiencia con las mujeres... 

Bueno, de lo segundo estaba casi convencida que era así... era muy formal, serio, sus besos eran inocentes, inexpertos, torpes... pero virgen no creo, a pesar de su timidez era un tío demasiado guapo e inteligente como para no haber ligado nunca antes... puede que se estubiese sintiendo abrumado y al salir del Merle Moqueur simplemente no pudo con la tensión... no, no tenía mucho sentido, que fuera inexperto no explicaba su reacción, tampoco le noté tan nervioso durante la velada. Estaba sobretodo excitado igual que yo...

A lo mejor era por algún tema religioso, quería llegar virgen al matrimonio o alguna chorrada del estilo... y claro, yo había aparecido en su camino, como la serpiente tentándolo con la manzana para acabar con el paraíso...

No, no, imposible, recuerdo que me había dicho que era ateo, cuando salió el tema paseando por el Louvre, mientras le hablaba de arte sacro.

Quizás estuviera casado o emparejado... y el amor se había ido extinguiendo como una vela...

Pero anillo no llevaba. Ese era un detalle, que al haber estado todo un día con él, no se me hubiese pasado por alto. Tampoco parecía ser alguien en busca de aventuras amorosas... porque además, de ser así, hubiese rematado, digo yo...

Quizá simplemente quería ir más despacio, más que yo al menos -y que el resto de los mortales en sus 30’ años -y esperaba varias citas antes de acostarse con una chica; porque...porque...porque no podía follar sin saber el nombre de la maestra que tenía la señorita en cuestión en prescolar... y claro, hasta llegar a ese tipo de conversaciones necesitaba en general un par de salidas... y a mí no me lo había preguntado -hubiese sido una pregunta muy descolocada en nuestra conversación -así que aún no podía tocarme un pelo...

Sí, yo creo que esto último era lo más probable... Eso lo explicaba todo...


De todas formas, su comportamiento no fue el más adecuado. Muy galante llamó a un taxi para mí y hasta quiso pagarlo. ¿Qué es eso? Se creería muy caballero, pero en realidad era horriblemente machista... y eso después del discursillo aquel sobre el feminismo durante la cena... 

Ya me estaba enfadando yo sola. Me conocía y si no paraba, iba a ser verle y empezar a insultarle sin decirle ni hola. Tomé aire y salí del apartamento de Ana rumbo a Saint-Michel.


Atravesando el Louvre para cruzar el Sena por el Pont du Carrousel, sin pensarlo ni quererlo, me encontré en el mismo sitio donde nos habíamos citado el día anterior... sólo un día había pasado y el escenario había cambiado por completo: de ir a una cita para compartir un día con alguien que había despertado mi interés, a quedar con ese mismo chico para escuchar la explicación de porqué me había “dejado”.... 

Bordée el Sena por la Rive gauche y lo encontré buscando el mejor ángulo para sacarle una foto a la fuente sin que salieran demasiadas cabezas de turistas, haciendo equilibrio con un ramo de gerberas naranja en la mano. Misión imposible.

- Hola -le dí un toquecito en la espalda y él se dio la vuelta sonriendo, aunque un toque turbado.

- Hola Sasha, me alegro de que hayas venido... mira, te he traído estas flores... ¿qué tal estás? 

Me saludó con dos besos que se me hicieron extraños, luego de haber sentido su lengua en mi boca la noche anterior.

- Pues realmente no lo sé, confundida supongo que es la palabra que mejor describe mi estado hoy -le respondí tratando de separar el aroma de las flores del humo de los coches que nos rodeaban -Lo de anoche fue bastante raro... el final me refiero.

- Mira Sasha, siento si te desilusioné ayer. Yo... supongo que tenías otras expectativas conmigo... pero la realidad es que yo...

Me miró fijamente a los ojos, tragó saliva y percibí claramente como se le formaba un nudo en la garganta hasta quedarse casi sin voz. Como palidecía su rostro hasta parecer un fantasma y como se llenaban sus ojos de lágrimas...

-¿Estás bien? -atiné a preguntarle, descartando la explicación de la maestra de pre-escolar y ya pensando en una situación mucho más parecida a una tragedia griega... quizás era homosexual o eunuco o eramos hermanos... 

Sin quererlo, me reí de mi última teoría...

-Disculpa, es que me da risa cuando me pongo nerviosa... ¿qué pasa? puedes hablar conmigo abiertamente, sabes que yo...

Me interrumpió bruscamente, con una voz seria pero quebrada.

-Sasha, estoy casado...


Frente a la idea de que fuéramos hermanos -que ideas más absurdas se me ocurren a veces -por un instante me pareció que aquello era algo trivial. Después, cuando fui plenamente consciente de lo que me acababa de decir, sentí como me aplastaba la desilusión, aunque por otro lado, me alegré de que fuera ese el problema. Al fin cobró sentido esa... esa forma de actuar rozando lo lunático de la víspera. 

Esa tarde, mientras en un café del mismo Boulevard Saint-Michel, él me hablaba de sus dudas, de sus inquietudes, de sus sueños; escuchándole en silencio, no podía evitar sentir cada vez más y más deseo por él ... París nunca me había parecido un lugar más triste...


Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

miércoles, 30 de noviembre de 2011

2.5 - Hôtel Dieu

Les jours tristes (instrumental) by Yann Tiersen on Grooveshark


“Hôtel Dieu.” Al parecer un hospital, aunque tenía pinta de edificio histórico.

No sé como había llegado hasta allí. No aguantaba más en el hotel; estaba que me subía por las paredes; así que me puse la chaqueta y eché a andar.


Casi no había podido pegar ojo, y cuando lo conseguí, lo que hice en realidad podría llamarse de muchas maneras menos descansar. 

Me había levantado como si me hubiesen pegado una paliza, y con una resaca de espanto. Fue ponerme en pie y empezar a darme vueltas la habitación. Seguía borracho.

Esto era indecente, después de casi… ¡¿Seis, siete horas?! Aún seguía ebrio… 

Pero no, lo peor no era eso… –pensaba mientras me levanta del suelo del baño, donde había tenido que acudir apresuradamente a arrodillarme frente al váter. 

Sí, causas de fuerza mayor…


Tiré de la cadena y me enjuagué la boca con algo de agua, que escupí luego en el lavabo. 

Me dejé caer en la cama tras haberme refrescado un poco. Aún estaba mareado, pero sabía que pronto empezaría a sentirme mejor; entonces me tomaría una buena dosis de ibuprofeno y tras beber algo de agua, para combatir la deshidratación que provoca el alcohol, podría ducharme y desayunar, y todo estaría bien.

Bueno, al menos físicamente… 

Si solo pudiera arrancarme la cabeza, para dejar de darle vueltas, se resolvería también lo otro…sí ya sé, entonces se jodería lo primero, ¡Dejadme en paz, que estoy de resaca!


Tenía una laguna. 

¿Grande? ¿Pequeña? A saber.

No recordaba con claridad qué había pasado, desde el momento en que un taxi me había parado frente a la puerta del hotel. El retorno a la lucidez me encontró sobre la cama, a medio vestir, y aún con una curda respetable…


Pero Sasha se había ido.

En realidad no; me había ido yo, aunque hubiese parado un taxi para ella. 

“Bueno, un placer, un beso, ya nos veremos. “

Creo que no estaba ofendida. Muy sorprendida, eso sí. Por eso la única resistencia que ofreció, fue no permitirme que le pagara el coste del trayecto de vuelta. No comprendía porque reaccionaba así. Bueno, ni yo.

La eché, eso era todo. Demasiado tarde, sin duda, pero lo hice al fin y al cabo. Un arranque de culpabilidad.

Traté de llegar desde allí; Place d’Italie; hasta el sitio donde me hospedaba, pero a saber, y con el poco francés que sabía, como para ponerme a preguntar. Así que tras mirar durante buen rato un mapa de la zona en una marquesina de autobús, como quien mira un cuadro abstracto, paré el siguiente taxi que vi pasar.


¿De haber llevado la alianza, me hubiese besado?

Me la quité casi al día siguiente a la boda. Debía ser de las pocas personas a las que daba alergia el oro, pero así era. Me picaba y no estaba acostumbrado a anillos ni a otros adornos, así que me la quité un día lavándome las manos y ahí la dejé. Después de una semana se fue a dormir al fondo de un cajón y hasta ahora. Menos mal que Julia nunca fue muy intransigente con estas cosas.


Se me había asentado el estómago, así que me levanté a buscar en mi maleta el dichoso comprimido para la resaca. Tenía la cabeza como un tambor.

Entonces vi las botellas tiradas por el suelo y llené la laguna. En realidad fueron solo unos fogonazos, no la continuidad completa. Daba igual, tampoco había ocurrido nada reseñable. Fue llegar a la habitación y tomar al asalto el maletín que había comprado para mi suegro. Tres botellas de vino francés de las que solo una había salido indemne de la quema. Una estaba abatida sobre la moqueta y a la tercera le quedaba un trago para ser rematada. Ver ese resto de vino en la botella me dio hasta nauseas.


¿Por qué había respondido al beso? ¿Por qué no le había explicado que aquello no podía ser, que aquello no estaba bien?

Porque no estaba bien ¿No?


La luz del baño era demasiado fuerte. Me lavé los dientes en penumbra. Los tenía correosos por el ácido del estómago. Salvo por la fotofobia ya me sentía algo mejor. Una ducha me vendría bien. Una ducha caliente me aliviaría por dentro y por fuera.


Había hecho lo correcto. Tarde, pero lo había hecho al fin y al cabo. Además la culpa había sido de ella, que era demasiado impulsiva. No le había dicho que estaba casado, porque ella no me lo había preguntado…yyyyy…yo no había mencionado a mi mujer para nada, porque no había venido a cuento…


El vapor proveniente de la cabina de ducha inundaba todo el cuarto de baño.

“¡Chiquillo, que te va’h a escalda’h! ¡Si e’h que te pone’h el agua cosiendo!” Hubiese dicho mi abuela, sevillana ella, muy graciosa, madre de mi madre. La mejor caldereta de choto con ajos de toda Mairena del Aljarafe y alrededores, solía jurar por la virgen de no sé qué, que le había dicho no sé quién... sí, a esa abuela tampoco le hacía mucho caso.


El vapor se había condensado sobre el frío cristal del espejo. Mi reflejo era una imagen fantasmal; una sombra a penas; y en el lugar de los ojos dos luceros, dos círculos enormes, nacidos de algún extraño efecto óptico.

Creo que era una buena metáfora de cómo me sentía yo en ese momento.


¿Si había hecho lo correcto, por qué me sentía tan mal, tan derrotado?

Aquel beso…aquellos besos…nunca nadie me había besado así. Nunca había besado yo así a nadie…

Estaba contrariado. Mucho. Mi corazón me decía que me había equivocado, que la estaba cagando.


No quería verme más en ese puto espejo, donde no se veía nunca nada. Nunca nada claro. Me vestí, bajé desayuné y me fui a tratar de despejarme caminando. 

Y aquí estaba, perdido, sin mucha idea de donde estaba, pero con el teléfono en la mano y la certeza de que tenía que hablar con ella, que esto no podía quedar así, que al menos…que al menos tenía que explicarle porqué.


-Hola –jamás hubo un hola más cargado de hielo.

-Creo que te debo una explicación, Sasha.

-En eso estamos de acuerdo.

-Sí… -no sabía como seguir –Oye, ¿Podemos vernos en algún sitio? Es que no me gusta hablar por teléfono y menos de estas cosas.

Se la oyó respirar en silencio durante un lapso de tiempo que me pareció próximo a la eternidad. Aunque estaba casi seguro de que si había contestado a la llamada, lo más seguro es que no fuera a colgar.

-De acuerdo ¿Dónde estás? –preguntó al fin.

-Pues he atravesado un puente sobre el Sena y ahora estoy ante un hospital con pinta de antiguo que se llama “Hôtel-Dieu” y en la acera de en frente hay una especie de mercado donde venden flores.

-Vale, estás en la “Île de la Cité”; quedemos en Saint-Michel –como sabía que conocía la ciudad entre poco y mal, me indicó sin necesidad que le preguntara yo –sigue caminando por esta acera en el sentido que ibas. Al poco te toparás con Nôtre-Dame a la izquierda; tú continua recto, cruza el primer puente que haya y una vez del otro lado, a la derecha y me esperas junto a una fuente monumental del arcángel San Miguel que está integrada en la fachada de un edificio, en la confluencia entre el boulevard Saint-Michel, la calle Danton y otro de los puentes de la isla del Sena. No tiene perdida y sino preguntas, que total vas a tener que esperarme un ratito, porque estoy en pijama.

-No importa, muchas gracias Sasha, nos vemos, un beso.

-Un beso.


Me guardé el móvil en el bolsillo, degustando la sensación de alivio que me subía desde lo más hondo del estómago, extendiéndose por todo el cuerpo.

Miré en frente. Vi la exuberancia de plantas tropicales, centros de mesa y ramos de rosas de cultivo y pensé, que ya que tenía tiempo, no esperaría con las manos vacías.


Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

miércoles, 23 de noviembre de 2011

2.4 - Le Temps des Cerises




Le temps des cerises by Yves Montand on Grooveshark



-Tendrás hambre ¿no? –Y normal, porque no habíamos comido. Entramos en el museo sobre las doce y eran las siete cuando recién salidos del Louvre, atravesábamos el Jardín des Tuileries hacia Place de la Concorde, para tomar allí el metro.


-Pues la verdad es que sí. Me dio hambre a las dos, ya para y media, menos cuarto, se me pasó, pero ahora ha vuelto.

-Genial, porque conozco un sitio que va a gustarte.

-¿Y cómo sabes con tanta seguridad lo que me gusta? –preguntó con una sonrisa tratando de provocarme.

-Porque sí. Porque lo sé y punto –podría haberle respondido que porque llevaba una mañana entera observándole mientras le hablaba de medieval... que había visto la forma en que me miraba y había tenido que responder a sus preguntas; inteligentes, incisivas y que denotaban un interés sincero... todo un alumno aventajado, había que darle juego. 

Es cierto que el hecho de ser españoles en el extranjero ya era algo que nos unía, pero también era cierto que Ernesto tenía algo más. Había algo en él que me había llamado la atención desde que nos cruzáramos en la Place des Vosges... Quizás eran esos hoyuelos cuando sonreía, o esos movimientos torpes y ese aire inocente, o esa mirada directa a los ojos, que es tan rara encontrar en estos días, en los que la gente parece mirar solo fijamente el móvil –pero no sigo por ahí, porque me pongo moralista y no es la intención. 

Estaba segura de que mi móvil sonaría en algún momento de esa mañana, pero recibir aquella llamada, y además tan pronto, despertó en mí una alegría desmedida. Habíamos estado de copas hasta tarde, la noche anterior, y ya cuando estábamos volviendo a casa un poco borrachas, Ana empezó a preguntarme por él y a ponerse pesada, como cuando éramos adolescentes y salíamos los sábados, con la ansiedad de encontrarnos con el chico de turno que nos gustaba. Tal vez por eso me acosté pensando en él. Tal vez por eso su llamada esa mañana me hizo tanta ilusión. O tal vez no fue por eso... 

Llevaba bastante tiempo sin una “pareja estable”. Después de un fracaso amoroso, una gran desilusión de esas que no te dejan levantarte de la cama y te sumen en la peor de las miserias humanas, estaba muy desengañada de eso del amor. Claro que salía con hombres, pero o perdía el interés después del tercer polvo o me daba cuenta que valían más como amigos que como potenciales parejas frustradas.

Mi madre me decía que me iba a morir sola, si seguía viviendo de esta forma –léase sin cumplir el estereotipo de noviazgo-casamiento-hijos-hipoteca-esclavitud. Había aprendido con los años a hacer oídos sordos a ese tipo de comentarios. De esa forma nuestra comunicación se limitaba a un 80% de monólogos por su parte, que yo ya ni siquiera escuchaba, y a un 20% que se repartía en cotilleo banal sobre la familia y los vecinos, y de vez en cuando algo de política.

Mi padre jamás había tenido opinión propia o la tenía pero no se atrevía a expresarse por miedo a contradecir alguna de las ideas de su mujer. Había perdido así por completo su individualidad, resignándose a ser el anexo de otro ser que controlaba hasta sus sentimientos. Cuando de adolescente fui consciente de esto, traté de salvarlo, pero ya era tarde: la situación requería un cambio radical y mi padre no estaba dispuesto a dejarlo todo. En ese momento me prometí a mi misma nunca dejar de ser yo misma. 

Mientras caminábamos hacia el metro, atravesando aquel parque hermoso de las Tuileries, pensaba en que hacía tiempo que no me sentía tan a gusto con un hombre, y cuando le cogí la mano y él la sujetó fuerte, entrelazando sus dedos con los míos, sentí como me corría por dentro un entusiasmo que ya no recordaba. Vi como me miraba de reojo, tratando de percibir algún mensaje en mi rostro, en un intento de descifrar el impacto que aquel acto había tenido en mí. Le devolví una sonrisa, aunque pienso que un beso hubiese sido más representativo de mis intenciones. 

Luego de permanecer cogidos de la mano durante todo el trayecto -ni para el transbordo en Bastille nos soltamos, sólo nos separamos para comprar el billete y pasar los portones con torno, con los que infructuosamente tratan de evitar que la gente se cuele en el metro –emergimos en el 13ème arrondissement, en la estación de Place d’Italie, la salida del centro comercial, la que es diametralmente opuesta a la Maîrie du 13ºème. Le llevaba a uno de mis sitios favoritos, situado en uno de mis barrios favoritos. 

Caminamos por el boulevard de Auguste Blanqui, lo justo para llegar a la intersección con la calle de los 5 Diamands. La enfilamos a paso lento dando un paseo. Es una calle estrecha, de un solo sentido para el tráfico, con edificios no muy altos, de o tres plantas sobre el nivel de calle. El 13ºème es un barrio muy interesante, tal vez por ser muy contrastado. En esta zona en concreto, uno sentía la familiaridad de un pueblo o de una pequeña ciudad de provincias. Mientras paseábamos le contaba la historia de la Comuna de París de 1871, de cómo había tenido precisamente aquí su última resistencia y de que eso se respiraba en el peculiar ambiente del barrio. Dejamos atrás dos buenos restaurantes en la encrucijada con la callejuela Jonas, con la promesa de que al que le llevaba le iba a enamorar. La hablé de “Le Temps des Cerises”; la época de las cerezas; una canción de amor que se convirtió en el himno de la Comuna. Unos metros adelante, allí estaba; con el cierre echado, la tienda de la asociación de amigos de la Comuna de París. Recorrí en silencio el modesto escaparate y él conmigo. Mis ojos volaban de los pañuelos rojos que colgaban aquí y allá, a las tapas de los libros, hasta detenerse en una postal conmemorativa que todo indicaba que había sido en parte decorada a mano con tinta roja y negra.

-¡Mira, Ernesto, esta es Louise Michel! –le dije entusiasmada, como sabía que él no la conocía, continué -fue una educadora y escritora y desempeñó un importante papel durante la Comuna, sobre todo en lo relacionado con los derechos de la mujer. Después de la semana sangrienta, la deportaron un montón de años a Nueva Caledonia... –continué hablándole de ella, contándole batallitas, mientras la calle desembocaba en una pequeña plaza triangular en su intersección con la calle de la Butte-aux-Cailles, el verdadero corazón del lugar. Todo estaba como lo recordaba; la Brasserie “Le Diamand”, la poste, la pequeña librería, el restaurante de crêpes y gallettes bretón...y por supuesto; “Le Temps des Cerises”...

-Aquí es –dije satisfecha –este sitio es una cooperativa obrera de producción, los camareros son los dueños del restaurante y el fruto de su trabajo revierte solo en ellos.

-¡Tú! Qué rojilla eres, ¿no? –dijo riéndose.

-Un poquito –respondí simplemente, con un guiño de ojo –Ven. Vamos a entrar, que está libre el sitio que me gusta.Una mesita para dos en frente de la barra y con vistas a las calle. Se notaba que Ernesto estaba entusiasmado; más que eso, estaba como un niño con zapatos nuevos. Todo le llamaba la atención: el ambiente, los carteles, los platos del menú, el pequeño vaso de aperitif que nos tomamos mientras nos traían la comida, llamado “communard”- rojo como la sangre, elaborado a base de vinos. Pero sobretodo los camareros: su desparpajo, su buen humor, su falta total de elegancia y más que nada, que casi todos ellos me conocieran. Es lo que tiene el haber pasado siempre por ahí cuando estaba de visita en la ciudad.

Cuando salimos del restaurante, encendí un cigarrillo.

- ¿Cruzamos a tomarnos algo enfrente?

Respondió afirmando con la cabeza y con una sonrisa de alivio, ya que había sido yo la que había tomado la iniciativa de no darle fin a la velada. 

Terminé de fumar el pitillo delante de “Le Merle Moqueur”, no estaba muy lleno; aún era pronto...o tarde, siempre me costó habituarme a los horarios franceses. Le comenté que el nombre del bar era el siguiente verso de la canción después de “Le temps des cerises”. Una simbiosis perfecta. Nuestra velada había girado en torno a eso, a la canción, la Comuna, mi año de intercambio aquí en mi cuarto año de carrera... 

Entramos. Un ron con limón para él, yo mi habitual gin tonic. 

Mientras me preguntaba sobre alguna curiosidad de mi vida en París, le cogí del cuello y le besé. Deseaba sentir sus labios, desde que lo había visto esa mañana en la puerta del Louvre esperándome. Cuando separé mi boca de la suya, entonces fue él quien se acercó y me besó con la desesperación de la primera vez que se besan unos labios deseados. Su arrebato me descolocó y no pude evitar reírme

- ¿De qué te ríes?

- Nada, que simplemente no te imaginaba tan salvaje. Vienes todo el día mostrándome tu lado formal, y ahora te despachas con este beso... que me ha encantado, por cierto...

Se sonrojó y volví a besarle. Me apetecía sentirle cerca, recorrer su piel con mis labios, descubrir cada rincón de su cuerpo. Había despertado en mí la pasión ya olvidada del deseo más allá del sexo. No es que no quisiera follarlo una noche entera, es que me apetecía que me abrazara y me acariciara la cabeza mientras dormía. 

Mientras me hablaba sobre su único viaje anterior a París, en el que había estado una semana entera casi sin moverse de La Défense, yo pensaba en cómo terminaría esta noche.



Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

miércoles, 16 de noviembre de 2011

2.3 – Spectrum

“¿Y qué debo hacer yo ahora?”


Hasta donde me alcanza la memoria, un espejo a presidido siempre los momentos cruciales de mi vida. Recuerdo que de chaval me pasaba a veces hasta una hora encerrado en el baño, exponiendo mis dudas ante el espejo. Si debía pedir salir a una o a otra, si era el momento adecuado o debía esperar. Si debía estudiar ciencias o letras, ingeniero o economista...

Mi madre pensaba que me masturbaba. No sé si preferiría eso, a saber que tenía un hijo que era casi incapaz de saber discernir claramente el sentido que debía tomar su vida...

Pasé una noche en vela delante del espejo de tocador que mis compañeros y yo rescatamos de un contenedor para instalarlo en mi piso de soltero. En toda la noche no fui capaz de discernir con claridad si debía casarme con Julia o no, así que pasé que se me fue la mañana ahí delante y solo accedí a levantarme del sitio cuando mis amigos me arrastraron hasta la mesa para comer.

Mi mejor amigo, mi padre, me dijo que hay cosas en la vida que uno debe hacerlas solo cuando no le cabe el menor resquicio de duda. Yo estaba seguro de ya no estar enamorado de ella, si es que alguna vez lo había estado, pero quién ha dicho que esa sea una condición necesaria para casarse, ni siquiera debería ser una condición suficiente; así le va a la gente, cuando se les acaba el amor, y el amor siempre se acaba, se dan de bruces con la hipoteca, los hijos y los problemas que plantea compartir tus bienes con otra persona.

La suya en cambio era una decisión meditada. Se llevaban bien y puede que no se amasen, pero se tenían cariño y en la cama funcionaban bien. Ambos tenían una solvencia económica que les permitiría comprarse fácilmente un chalet adosado o incluso un dúplex en algún pueblo del noroeste de Madrid, en torno a la carretera de la Coruña. Las Rozas o Pozuelo serían prohibitivos para ellos, pero en Majadahonda o Torrelodones era seguro que algo podrían encontrar a su alcance, todo era cuestión de buscar...

Julia era guapa, aunque no demasiado interesante. Lista sí, pero aburrida. No tenía inquietudes simplemente. No leía, tampoco le iba el cine, más allá de las comedias románticas y era una gran adicta a las series americanas, que muchas solo se diferencian de las telenovelas venezolanas, en que la acción sucede en Estados Unidos y los actores son americanos. Le gustaba viajar porque está de moda y siempre queda bien en conversaciones de oficina y en reuniones familiares, decir que has estado aquí o allá, pero el pozo que dejan esos viajes es poquito, poquito.

Pero él tampoco le daba mucha importancia a eso, nadie es perfecto, era buena persona que es lo importante, tal vez un poco adicta a los cotilleos y las conversaciones banales de oficina, pero bueno, le quería y estaba como loca por casarse con él después de dos años de novios.


“Creo que no podía haber persona para mí más idónea que ella, al menos, no había dado con ella aún y tampoco me apetecía mucho andar buscándola con la edad que ya tenía. Era momento de pensar en sentar la cabeza y...”

Y ahí estaba aquella mañana en París. Otra vez delante de un espejo y sin comprender muy bien, las circunstancias que me habían llevado a rememorar las reflexiones que guiaron en su día la decisión de casarme con Julia, hacía ya dos años y medio.

Ahora no era cuestión de eso, no lo era en absoluto, solo era cuestión de saber si debía llamar a la chica que conocí anoche o no. Y aún así, ¿Donde estaba la duda?, por supuesto que debía hacerlo, ¿Qué podía haber de malo en darse una vuelta por París con una compatriota? ¡Además era pintora! París rebosaba arte, es una ciudad que lo exuda por todos sus poros, como si fuese su propio olor corporal. Tener la oportunidad de conocer un poco más la ciudad en compañía de una artista, era todo un privilegio.

Una pintora con nombre de zarina...


Miré la tarjeta que me dio al despedirnos. Me la había sacado del bolsillo nada más llegar a mi habitación en el hotel. La había encajado en una esquina del espejo; en el resquicio entre la luna y el marco. De este modo, sería casi la primera cosa que viera al levantarme, así no se me olvidaría... que precaución más tonta...

La hice girar lentamente entre mis dedos, observándola con detenimiento. Era un ejercicio que hasta entonces no había realizado.

Muy bonita, desde luego que sí. Nada que ver con el típico trabajo hecho según un modelo estándar.

“Sasha Nogueira”. Y nada más. Bueno sí, una página Web, una dirección email y un número de teléfono. Se suponía que si esta tarjeta llegaba hasta tus manos, sobraban el resto de explicaciones.

Me gustaba. Paladeaba la idea y encajaba perfectamente con la imagen que me había formado de ella en el rato que habíamos estado charlando. Semejante atrevimiento... como cuando me había hecho prometerle que la llamaría al día siguiente.

Pues ahí estaba él, recién levantado, y jugueteando con su tarjetita entre los dedos.

Levanté la vista y me vi sonriendo frente al espejo. Ahora estaba claro; tenía que llamarla.


-¿Sí?

-¿Sasha? Hola... soy...Ernesto –Podía notar yo mismo la inseguridad en mi voz ¿Porqué me estaba poniendo tan nervioso?

-Hola guapo no te esperaba tan pronto –dijo riéndose –Me pillas recién levantada y con una resaca bastante fea.

-Si quiere te llamo más tarde... –argullí ahora aún nervioso.

-No, no, está bien, con agua y un poquito de ibuprofeno estaré como nueva. Esta no es la primera resaca que he pasado... aunque siempre deseo que sea la última.

-Te llamaba porque aún voy a estar un par de días aquí y...

-Y no puedes pasarte sin verme ¿Verdad? –Volvió a reírse, este diablo de mujer estaba por volverme loco, pero en realidad me contagió su risa y empecé a sentirme más seguro.

-Ya que tengo el privilegio de conocer a una artista de prestigio internacional como tú, tengo que aprovechar ¿no?

Así estuvimos un buen rato bromeando distendidamente y pese a que no solía ser así, ella consiguió que me consiguiera sentir cómodo hablando por teléfono.

Me dijo que ella tampoco tenía mucho que hacer estos días, así que tendríamos mucho tiempo para visitar la ciudad, que ella me enseñaría el París que no viene en las guías y que así tendríamos mucho tiempo para hablar de nosotros e irnos conociendo.

Cuando le hablé de mi compañero, de que a lo mejor podría acompañarnos, creo recordar que su respuesta fue algo parecido a que plantara un bosque y se perdiera en él. Me hizo reír bastante y me sentí curiosamente feliz por esa respuesta.

Entonces hablamos de lo que íbamos a hacer. Que ella iba ahora a desayunar y que cuando se le pasase un poco la resaca, me llamaría para concretar la hora. Pero que yo estuviese listo para salir; que íbamos a ir al Louvre, y que iba a explicarme las secciones de arte medieval, como no se me lo habían explicado nunca.

Me sorprendió que una artista que realizara arte abstracto, fuera experta en arte de la Edad Media...

-Es que tú nunca has conocido a alguien como yo, chaval –fue su respuesta y es muy posible que tuviera razón.

Tras eso nos despedimos.

Colgué y me quedé un rato mirando al teléfono. De reojo me vi en el espejo. Ya estaba sonriendo otra vez, lo peor es que sentía como todo mi ser era sacudido por una emoción extraña.

Entonces empecé a pensar, que sí que había razones para preocuparse.


Por: Caro y El Exiliado del Mitreo