viernes, 28 de octubre de 2011

1. 5 - La llamada


El móvil. 

No era él, sino Clara.

- Sasha, ¿Donde andas? Llevo más de tres cuartos de hora esperándote.

- ¡Mierda! Lo siento, tía, se me pasó el tiempo volando. Espérame por favor que en diez minutos estoy allí.

Y no es que me hubiese olvidado de que habíamos quedado a comer, en realidad era más bien cuestión de que seguía un poco desorientada y parecía me costaba hacerme una idea del transcurrir del tiempo. Me vestí al vuelo y bajé caminando rápido hacia Lavapies.

Nos habíamos citado para comer ayer, a la salida del instituto, donde Clara enseña matemáticas y yo artes plásticas. Verborrágica y expresiva, acostumbrar a abrir los ojos desmesuradamente cuando algo la sorprende y se emociona hasta las lágrimas con mucha facilidad. Desde el día que entré a tomar posesión de mi plaza aquel instituto, nos convertimos en muy buenas amigas. No fue casualidad, que perdida por los pasillos del centro, decidiera dirigirme a ella para preguntarle por el despacho de la directora. Me dio buenas vibraciones.

Llegué a la plaza de Lavapies con tal garbo, que mis pies no tocaban casi ni el suelo. Clara me esperaba sentada en los escalones del Centro Dramático Nacional, disfrutando del sol con los ojos entrecerrados.

- Hola Clara, perdóname, es que he tenido una mañana un poco complicada.

- Tranquila, ¿buscamos una terraza? El sol está delicioso.

- Sí, genial, necesito un poco de aire.

- ¿Qué te pasa? Te ves rara. Mira que suerte, hay una mesa libre allí -dijo señalando al mesón que había justo en frente, cruzando la calle Valencia. Aún estábamos sentándonos cuando lo solté.

- Estoy embarazada, Clara.

¡Zas! Sin preámbulos. Dos palabras que jamás había pronunciado juntas y que sin embargo me resultó más natural pronunciarlas de lo que esperaba.

- ¡Me dejas helada Sasha! Y me lo dices así como si fuera el pronóstico del tiempo. ¿Pero estás segura, tía? ¿No será un simple retraso?

- Que va, vengo de hacerme el test.

Permaneció callada unos instantes; era evidente que aún le costaba asimilar la noticia.

-¿Y lo has hablado ya con él?

-Que va, no he tenido tiempo. Además aún no sé muy bien qué decirle.

- Pues yo creo que deberías hablarlo ya. Tiene que saberlo Sasha. ¿Cómo crees que se lo va a tomar? Porque él....

- Clara, no sé, estoy aturdida aún... a veces en algún calentón lo habíamos hecho sin condón cuando por las fechas supuestamente no pasaba nada...Y mira...

Me reí. Nos reímos las dos. Clara dejó de lado el discurso racional y me abrazó fuerte.

- Me alegro mucho por ti, Sasha.

No volvimos a hablar del tema en toda la comida. 

Me estuvo comentado algo de ciertos problemas que estaba teniendo su marido en su empresa, sobre las malas notas de su hijo en inglés y hasta habló de refilón, del tremendo constipado que estaba sufriendo su madre, ya bastante mayor.

Acabado el monólogo de noticias, nos concentramos en las cañas y las raciones y nos quedamos en silencio, perdidas en pensamientos que seguramente rondaban, por ambas partes, el mismo tema.

Lo raro, lo extraño, era que la idea de tener un hijo no me desagradaba. Aunque no estuviese estado en mis planes. 

Dinero no me faltaba. Hacía lo que me gustaba y además me pagaban por hacerlo mucho más de lo que necesitaba. Daba mis clases en el instituto por las mañanas, un par de tardes daba tutorías de algunas asignaturas de arte medieval, en la UNED, para el grado de historia del arte y a veces, hasta vendía algún cuadro en alguna exposición. Aquello ya era el exceso último. 

Me sentía viva, plena, me gustaba mi vida. La posibilidad de tener tiempo para pensar, para leer, consagrarme a mi arte, viajar, conocer gente. Y no había llegado hasta aquí sin luchar. Luché mucho hasta alcanzar estas metas que todos me decían que eran imposibles...y pensar que mi padre quería que fuera abogada. Con el niño se me abrían nuevas perspectivas... ¿Y se me cerraban otras? Sería una nueva lucha, una más, y como siempre pensaba afrontar de frente, sin temor.

Después del café me volví a casa. Clara quería pasarse por casa de su madre a hacerle un poco de compañía, ya que estaba pachucha. Me ofrecí a ir con ella y hacerle así compañía a las dos, pero no quiso y yo no insistí.

Volví a mi buhardilla de Tirso de Molina. Mi refugio, mi torre de ébano, mi escondite desde dónde podía espiar a los anónimos transeúntes sin ser vista. Disfrutaba de fumar y mirar a la gente, imaginando sus nombres, sus profesiones, sus problemas. Ideaba situaciones disparatadas, entrecruzando personas que posiblemente jamás se conocieran en la realidad, pero que tenían en común el haber llamado mi atención desde mi balcón.

Y eso hice, abrí las dos hojas de la ventana y me apoyé en la baranda a fumar un cigarrillo tras otro mientras avanzaba la tarde.

Estaba completamente sumida en mis recuerdos y mis eternas cavilaciones, cuando las cortó de golpe el sonido del teléfono. Al principio lo miré con extrañeza, como si no terminara de comprender qué quería de mí aquel cacharro infernal. Leí el nombre en la pantallita. Solo dos letras: “Él”. 

Acepto la llamada.

-¿Sí?

-Sasha, vi tu llamada perdida ¿Va todo bien?

Respiro hondo un segundo, entonces arranco.

-Ernesto, tenemos que hablar...


miércoles, 19 de octubre de 2011

1. 4 – Paella de marisco


A-6, carretera de La Coruña.

La única diferencia entre hoy y un día de diario, es la dirección del atasco.
Los sábados cuando hace bueno, los madrileños huyen de su ciudad.
Bueno, no todos, los que tienen a donde ir; la casita de los fines de semana y días de fiesta; o a los que les gusta subir a comer a algún pueblito de la sierra de Guadarrama.
En dirección contraria al tráfico lento, vamos rápidos en nuestro carril. De entrada hay muy pocos coches.

Iba concentrado en la autopista, perdido en mis pensamientos.
A mi lado, en cambio, ella hablaba y hablaba sin parar por encima del ruido de la radio, que no recordaba haber encendido. No sé si esperaba alguna contestación por mi parte; con un “ajá” de vez en cuando, parecía conformarse.
Y no es que no supiera de qué estaba hablando; hablaba de cosas de la oficina, siempre era lo mismo. Y no es que hablara exclusivamente de curro, pero sí de cosas que sucedían en la oficina.

- Julia, ¿Por qué no bajamos a Madrid el miércoles y vamos a algún espectáculo?
-¿Cómo? –no sé si estaba más sorprendida por lo que acababa de decirla o por la interrupción.
-Sí, no sé, podríamos ir a cenar y luego a la ópera al Real.
-¿A la ópera? –su cara había tomado un aire entre sorprendido y divertido -¿Y desde cuando te gusta a ti la ópera?
-Bueno en realidad no sé si me gusta, porque nunca he ido, pero podría estar bien.
-¿Y que ópera ponen?
-Pues no lo sé, pero eso es lo de menos, porque de todas formas ni tú ni yo tenemos prácticamente ni idea de ópera ¿no?
Su mirada tomó ese característico aire irónico que gastaba cuando creía que me había pillado en un renuncio, condimentada con una media sonrisa burlona.
-Bueno, el miércoles ya sabes que tengo clase de pilates.
-Podrías faltar.
-Si hombre con lo caro que cuesta.
-Entonces tal vez podrías tratar de cambiar la clase a otro día ¿no?
-¡Buff! ¿Cuándo? Ya sabes que tengo siempre algo, además eso es un lío.
Yo guardé silencio; ella al cabo de unos instantes terminó diciendo –Bueno, ya veremos, cari.
Así que no, eso quería decir que no, que no estaba por la labor.

Llegar a casa de sus padre no nos tomó más de media hora, cuarenta minutos, y como la mitad de eso en encontrar donde aparcar. No puede decirse que en Argüelles haya sitios para dar y tomar donde dejar el coche.
Siempre me había fascinado el ascensor de aquel edificio, con su estructura enrejada en estilo modernista y el elegante forrado en madera de la cabina y ese juego de botoncitos tan vetustos, que casi podría darte por imaginar que en realidad el artefacto era izado hasta el piso convenido, por un burro que diera vueltas atado a una noria.
Al tocar al timbre me llevé una agradable sorpresa, porque nos abrió Isabel, la hermana de Julia, con la que siempre había hecho muy buenas migas.
-Hermana, Ernesto, mamá ya estaba preguntando por vosotros –dijo con jovialidad mientras nos daba dos besos –Es que ha hecho paella que sabe que te encanta, cuñado, y ya estaba temiendo que se le fuese a pasar el arroz.
-Uy qué bien, hay que ver cómo me quiere mi suegra –dije riendo mientras le entregaba la botella de vino que traíamos.
-Riberita del Duero de reserva, qué bien, papá se va a poner muy contento –y ya en tono más confidencial, según avanzábamos por el corredor hasta el interior del amplio pido –Menos mal que habéis venido, Ernesto, están pesadísimos, les he dicho pensaba irme a Ibiza a abrir una tienda de ropa de lino y collares de artesanía y no sabes el coñazo que me estaban dando.
-Tranqui, Isa, que el chache se ocupa de aplacar a las fieras –dije riendo, junto con un guiño de ojo.
Isabel, qué genia. Algunos años mayor que mi mujer. Creo que es de mi edad o casi, no recuerdo si tiene treinta y uno o treinta y dos. Tiene dos críos y hace un par de años que se divorció. Su marido era un idiota estirado, nunca me cayó bien, al igual que tampoco entendí nunca muy bien cómo habían acabado juntos. Él se divorció de ella; un idiota, ya os lo decía; y ella desde entonces estaba viviendo, según su madre, una segunda adolescencia.

Conversación y aperitivos previos a sentarse alrededor de la mesa fueron omitidos, porque sí que era verdad que la comida estaba lista.
Fui servido el segundo, inmediatamente después de mi suegro, que para hacer tiempo hasta que se atemperara un poco el humeante platazo de arroz que nos habían servido, abrió la conversación comentando la última medida del gobierno, para él, la encarnación de todos los males del país.
El hombre tenía ese monotema; y algunos más; y ni siquiera la mirada reprobadora de su mujer, que opinaba que la política había que dejarla para la sobremesa, ni las miradas de aburrimiento de todos los demás eran capaces de contener su diatriba
En realidad, a mí me divertía darle cuerda con alguna frase tópica y manida, de esas que se han repetido tantas veces, que más parecen un credo, que una opinión subjetiva... y bueno, como además Julia me miraba mal, este jueguecito mío hacía que me sintiera un poco como un niño travieso.
Dichos mis dos o tres improperios de rigor contra el presidente y sus ministros, me abstraje a mi plato de paella.
Lo ataqué por la capa de arroz tostado y caramelizado que Angelines, mi suegra, sabiendo que el socarrado me vuelve loco, se había afanado en rascar del fondo de la paella.
Cuando a penas estaba saboreando la segunda pinchada de arroz y a la vez que iba pelando una gamba, oí sonar el móvil. Lo tenía en el bolsillo interior de la chaqueta, que había dejado colgada del respaldo de la silla a la hora de sentarme a comer.

-Mira a ver quién es, Julia, que tengo las manos manchadas.
Ella rebuscó en mi chaqueta hasta que logró dar con el dichoso teléfono.
-Alejandro Saavedra -leyó de un vistazo a la pantalla -Ha colgado
Efectivamente el móvil había dejado el solito de sonar.
-Es un compañero de trabajo, estamos llevando un proyecto junto. Ya le llamaré esta tarde...
Miré a Julia de reojo. En su rostro no leí expresión alguna que denotase algo fuera de lo normal.  
-¿Y qué tal va el trabajo, Ernesto? ¿Nuevos horizontes de inversión?
-Pues estamos estudiando el invertir en Tailandia, hay buenas perspectivas y...
Seguí improvisando un discurso aburrido con mucha jerga técnica, del tipo  que tanto gustaban a mi suegro.  

Bueno, parece que con esto se había vadeado ya el tema de la política, ahora me tocaba a mí echar mi rollo de economista...y la verdad tenía la cabeza en otros asuntos bien distintos...



Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

jueves, 13 de octubre de 2011

1. 3 - Medusas

Me serví la habitual taza de café que me convertía en persona cada mañana y me fui para el atelier. Me gustaban las mañanas para pintar. Me sentía más viva con el sol entrando por la ventana rectangular de la buhardilla. 

Me quedé de pie frente a la tela blanca, 
observándola-observándome, 
sintiéndola-sintiéndome, 
imaginándola-imaginándome…

Muchas veces, solía comenzar a pintar sin una idea previa del resultado, dejándome llevar por mis impulsos. Cerraba los ojos y simplemente imaginaba el mundo en el que quería estar en ese instante. Era libre de crear mi realidad, una realidad que trascendía la imaginación y se materializaba. Podía transmitir mis pensamientos sin necesidad de hablar, sin racionalizarlos, sin ser víctima de prejuicios y morales con los que no comulgaba.

Pero ese día fue diferente. Sentía que alguien guiaba mi mano, que hacía trazos aleatorios…Me dejé llevar, como bailando lento a merced de las órdenes de alguien más poderoso. Estaba poseída con un espíritu desconocido, que se había apoderaba de mis movimientos y los dirigía (¿hacia dónde?). 

No tenía control sobre mi cuerpo, mis manos se movían con miedo, pero con la firmeza que les impartía mi pareja de baile. Perdí toda noción del tiempo. Ya no estaba en mi piso, ni estaba en cualquier otra realidad que hubiese podido imaginar cualquier otra mañana en mi atelier. ¿Dónde estaba? 

Terminaron por temblarme las piernas, sentí que me faltaba el aire… me dejé caer al suelo, y cerré los ojos… el silencio, el vacío, la nada...

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que me incorporé. Inmediatamente bajé a la farmacia.

- Un test de embarazo por favor.

Subí a casa y me obligué a hacer pis aunque no tenía ganas.

Salí a fumar un cigarrillo en el balcón para ocupar los cinco minutos de espera. Pensaba en el ritual que acababa de vivir, no comprendía si había sido real o simplemente fruto de mi imaginación al límite de la sobrecarga. A veces me ocurría pensar que había estado en lugares por los que sólo había caminado en mi imaginación. Podía jurar que había estado con Ernesto en Berlín, aunque él se empecinara en hacerme creer que nunca habíamos estado allí.

Corrí hasta el baño y de nuevo ahí estaban las dos líneas riéndose de mí.

Cuatro líneas en dos test. Era una prueba bastante objetiva de que esto era real.

- Sasha, la segunda raya no va a desaparecer.

Entonces empuñé el auricular y me puse a marcar. Mi teléfono era un aparato en baquelita roja de los años 60’, con el que Warhol bien hubiese podido llamar a Dios. El pobre debía de haber rodado de trastero en trastero, reemplazado por un cacharro moderno, hasta acabar en una chamarilería del Rastro, donde había topado conmigo. Un caso de amor a primera vista, ya sabéis.

Nueve giros de rueda y un silencio mientras que la telefónica me daba línea. Nueve giros de rueda me separaban de él. Porque estaba segura de que él contestaría.

Vino la sucesión de pitidos largos que significaban que del otro lado su teléfono estaba sonando.

Colgué después de escuchar la tercera señal. Había marcado llevada por uno de mis impulsos pero no había pensado qué iba a decirle. Además eran las dos y media, de modo que con toda certeza, llamaba en mal momento. 

Nervios, acompasados otra vez de un cigarrillo. 

Tratando de calmarme para no seguir dándole vueltas al asunto, me acordé del trance de la mañana. Fui hasta el atelier y miré el lienzo; eran las medusas de mi sueño…




Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

jueves, 6 de octubre de 2011

1. 2 - Despertar



El tiempo. Pasa…

Tic-Tac…Tic-Tac…

Mi tiempo, el que me quitan, el que no tengo. 



El tiempo. Vuela…

Tic-Tac…Tic-Tac…

Mi tiempo. Pautado. Medido. Contado hasta la décima.



El despertador.

Tu-Tu… Tu-Tu… Tu-Tu…Tu-Tu-Tu-Tu… 

El tiempo. Siempre me alcanza. Siempre.



Tiempo de levantarse. De modo que eso hice; me levanté. Gruñendo, bufando…como cada día. El tiempo es una serie infinita y periódica de frecuencia 1 partido por veinticuatro horas. Sé que no lo es para todo el mundo, pero sí para mí y eso es lo que de verdad cuenta.

Me golpeo con el armario al tratar de ponerme las zapatillas de andar por casa. Camino apoyándome en él hasta la puerta del dormitorio.



“Ernesto, vuelve a la cama, que hoy es sábado, atontao. Te has vuelto a olvidar de desconectar el cacharro este.” –la voz de ultratumba tenía razón. Vuelvo suspirando de alivio a mi lado de la cama.



-Duérmete un rato más, anda, que hoy nos toca ir a comer a casa de mis padres.



-Muy bien cariño –es lo único que alcancé a responder. Podría haber protestado. Decir que no me apetece, pero ya estaba de nuevo meciéndome en los brazos del sueño. 

Y además qué iba a objetar. Son sus padres, es normal que quiera verlos. Cuando te casas con alguien, de cierta forma, también te estas casando con su familia. 

¿Esta frase es mía o es de ella? 

Muchas veces me sorprendo de ciertas cosas que puedo llegar a pensar. En ciertas ocasiones, hasta me parecen ideas trasplantadas y no sé muy bien si yo mismo me las termino de creer o no.

En todo caso, creo que lo que me molesta no es visitarles en sí, aunque su madre sea una mujer bastante aburrida y su padre sea de un conservadurismo que me repele bastante, sino el hecho de no poder disponer de mi tiempo. Me agobia el no tener tiempo, el sentir como fluye sin remedio y se va.



Tiempo. El que me quitan no me duele tanto como el que pierdo. El que no soy capaz de aprovechar por culpa de mi apatía, de mi miedo a lo desconocido, al riesgo. 

Pero últimamente me voy a la cama casi con la alegría. Porque ya no es mi tiempo pautado para reponer fuerzas para la próxima jornada laboral, sino que es Mi Tiempo; con mayúsculas; para mi, para soñar…con ella.





Por: Caro y El Exiliado del Mitreo