jueves, 22 de marzo de 2012

3.2 - No estoy por la labor

Cuando sentí su boca tan cerca, no pude resistirme a besar sus labios. 

La tetería de Huertas; ese fue el principio de todo... he pensado en aquel momento muchas veces desde entonces y aún me siento incapaz de decidir, si me arrepiento de haber acabado la noche allí o no. 

¿Las cosas hubiesen sido diferentes de habernos separado al salir del museo? 

¿O de haber entrado, simplemente, en otro tipo de sitio, donde... hubiese una mesa de por medio, por ejemplo? 

Lo dudo, la verdad, era imposible no responder a ese magnetismo que me empujaba irremediablemente hacia ella. Ya en el museo, con su sonrisa enigmática y sus largas explicaciones sobre técnica y simbolismo, me moría por darle un mordisco; tarde o temprano hubiese terminado por caer.

Nos besamos mientras esperábamos que llegara nuestro té y preparan nuestra shisha. Ya nos habíamos besado antes, por supuesto, pero esta vez no fue como en París, un movimiento provocado por el alcohol y el calor del momento, sino algo mucho más... ¿premeditado? No, esa no es la palabra exacta, o no creo, aunque inconscientemente puede que sí fuera así. 


La verdad no sabría decir quién inició en movimiento, es posible que ninguno o ambos, mejor dicho. Sentí sus labios húmedos en los míos, reconociéndose con suavidad. Lentamente se fueron separando, dejando paso a nuestra lenguas, que comenzaron a jugar entre ellas, dando vueltas una alrededor de la otra. Me gustaba su forma de besar; su lengua se movía en oleadas sucesivas y rítmicas, como si nuestras bocas fuesen un rompeolas.

Y luego allí estaban las teteras humeantes y la pipa de agua. Seguimos besándonos mientras fumábamos y yo acariciaba su espalda y ella mi nuca y mis hombros. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien; era como volver a los primeros besos de la adolescencia, eso era.


Le pedí que me acompañara hasta mi coche, que había dejado en una de las calles aledañas a la iglesia de San Jerónimo el Real. Como es natural, la llevé a casa, aunque ella insistió que en transporte público era más sencillo llegar. Tenía razón, aunque a esas horas no hubiese tráfico, callejear por el centro de Madrid cuando no se hace todos los días, es toda una aventura.

Paré el coche frente a su portal. Era una calle estrecha de una sola dirección, pero había justo un hueco donde apartarme un poco. Nos besamos una vez más, para terminar la noche. Para mí aquel beso era una mezcla de felicidad y tristeza, de ilusión y remordimientos. Ella lo sabía. Entonces salió del coche y lanzándome un último beso desde la puerta abierta del portal, desapareció en las sombras. 

No le había pedido subir, ni ella me lo había ofrecido. Creo que tácitamente habíamos entendido ambos que... supongo... había que poner un límite o ir más de despacio o algo así. No sé, me sentía confuso en aquel momento y aún no me siento capaz de explicar o poner palabras a ciertas cosas, a ciertos sentimientos.


Después de aquel día, ella fue entrando cada vez más en mi vida. Como trabajo en Madrid, quedábamos a tomar un café o a comer con relativa frecuencia y después del trabajo, salíamos por ahí a visitar alguna exposición o simplemente a tomarnos alguna copa.

Solo ocasionalmente nos dejábamos llevar y volvíamos a los besos y a las caricias... la deseaba, mucho, pero aguantaba el tipo lo mejor que podía. Trataba de ser su amigo, cuando en el fondo sabía que aquello, en aquel momento, era una misión imposible. Pero durante algunos meses lo llevé bien, bueno, lo llevamos. Incluso subimos a su piso un par de veces, cuando quería enseñarme algún libro o algún cuadro terminado o a medio terminar... hasta aquel día del autorretrato, cuando...


-Ernesto, ¿Tienes un momento? –la mano que se posó sobre mi hombro acompañando a la interpelación, me despertó de mis ensoñaciones. Tan abstraído estaba que aunque sabía que conocía al dueño de aquella voz, no supe que se trataba de mi jefe, Francisco Ramírez, hasta que no me di la vuelta, haciendo bascular mi sillón sobre su eje.

-Hola Paco, me has sobresaltado, estaba aquí abstraído analizando unos datos que nos han llegado esta mañana de Taipei y no te he oído llegar. Dime ¿Qué querías?

-Preferiría que habláramos en privado. ¿Te bajas a mi despacho o prefieres que hablemos en el tuyo?

-Pues si no nos va a hacer falta un PC, que el mío se lo han llevado para repararlo, podemos ir a mi despacho que está aquí al lado, si te parece.

-Pues venga, vamos para allá, que va a ser solo un momento.

Mi despacho estaba a algunos metros del cubículo vacío donde me había instalado mientras reparaban mi ordenador. Entramos, y mientras le ofrecía asiento, mi jefe cerraba la puerta.

-Bueno, dime, ¿Cúal es ese asunto del que querías hablarme?

Resultaba evidente que el hombre no sabía por donde empezar. Se rascó su pelo canoso y se atusó el bigote ya blanco. El que fuera difícil par él decirme lo que iba a decirme, me demostraba lo que ya sabía, que era un buen tipo. 

-Ernesto, sabes que hemos estado siempre mus satisfechos con tu trabajo. Yo siempre he creído que tienes una mente preclara para este negocio y alguna vez te he dicho que creo que llegarás lejos... sin embargo, de un tiempo a esta parte... digamos, los últimos... mmm... tres o cuatro meses, tu rendimiento ha bajado notablemente. Y bueno, no es tanto la disminución de tu ritmo de trabajo lo que nos preocupa, sino que has empezado a cometer errores que pueden acabar metiéndonos en un apuro... 

Permaneció en silencio unos instantes antes de continuar.

-Quiero que te tomes esto como un toque de atención, no es que hayamos dejado de confiar en ti, ni nada por el estilo, sino que... ¿Es posible que estés teniendo problemas personales o algo así?

-Algo así –respondí, sosteniéndole la mirada. No sé cuál de los dos estaba más turbado.

-Bueno, pues... debes de procurar dejar esos problemas en la puerta al entrar en la oficina, al igual que debes de dejarte los asuntos de la oficina en la oficina, al salir del edificio... que ya sé que no es fácil, pero bueno, hay que intentarlo... Mira, si ves que te vendrían bien uno días de descanso, yo mismo estaré encantado de firmarte unas vacaciones ¿de acuerdo?

-Muchas gracias, Paco, lo tendré en cuenta ¿Algo más?

-No, era solo esto –dijo levantándose, tendí la mano y nos la estrechamos. Cuando se fue, volví de nuevo a mis ensoñaciones. Sabía que debía tenía que procurar centrarme en el trabajo... pero no hoy, hoy no estaba por la labor.

Por: El Exiliado del Mitreo y Carol  

miércoles, 7 de marzo de 2012

3.1 - Metro de Madrid

Tirso de Molina

Una señora se levanta para cederme el asiento. Acepto a pesar de que sólo voy a viajar un par de estaciones. Al menos así podré quitarme abrigo y bufanda, sin tener que hacer equilibrios, evitando asfixiarme en el metro en hora punta. Puedo imaginarme la escena, yo literalmente muerta de calor, asada en pleno invierno, tendida en mitad de un vagón de la línea 1 un martes por la mañana. Pienso esto y me río sola. Hace mucho que no me río. Sonreír sí, pero lo que se dice reírse,... me faltan las ganas. 
Sé que no hay culpables, ni hay errores; no hay víctimas, ni victimarios. Simplemente pensábamos de forma diferente, teníamos expectativas distintas. 
Nuestros caminos tenían que divergir sin remedio. Me apena, pero no puedo cambiarlo. La vida, rara vez, es como uno quisiera... 
Le quiero. Mucho... Pero es mejor así... 
Por él; no por mí... Yo nunca le pedí nada. Fue él quien acabó planteando el “todo o nada”. 
Y eligió la nada. Como si en la vida fuese todo cuestión de “blancos o negros”. Hasta le regalé un lienzo con cuadraditos de diferentes tonos de gris. Pero él siguió viendo sólo el blanco y el negro. 
Lo hablamos una, dos, tres, cuatro,… veinticinco veces. Siempre lo mismo. 
Hasta que me cansé, me agoté, rompimos. 
Yo con mi hijo; nuestro hijo. 
Él con su mujer; su mujer. 
A afrontar el reto sola. 

Sol

Lo nuestro era perfecto. Bueno, casi. Por fin había encontrado a alguien que me estimulara sin agobiarme. Quizás el hecho de que estuviera casado actuaba a mi favor. Yo tenía mi espacio, no me asfixiaba como solía pasarme con otros hombres. Tenía el equilibrio perfecto. Al menos yo. 
No esperamos ni una semana desde nuestra vuelta de París, para quedar por Madrid. Recuerdo que nos citamos una tarde en el Reina Sofía. Íbamos a ver una exposición temporal de Yayoi Kusama en aquel museo. 
Cuando le vi, sentí algo..., por favor, no me miréis raro, si os digo que fue como una especie de revelación divina, como si un oráculo me estuviese diciendo: “Sasha, es ÉL”. No es que crea en ese rollo de la media naranja, pero si es que tal cosa existiera, mi instinto (¿será eso?) me dijo esa tarde que Ernesto era el príncipe azul. 
Me puse nerviosa, aunque traté de actuar con naturalidad. Una vez dentro, ya en las instalaciones, ante los vídeos y los cuadros, me sentí más cómoda. Tener el control me colocaba en una posición de fuerza, me hacía sentir más segura. Y aunque por dentro las mariposas me volviesen vulnerable, sabía ocultarlo muy bien. 
Ernesto mostraba el mismo interés por la Victoria de Samotracia que vimos en el Louvre, que por una performance de los años 70. Claro, que era más inquisitivo y escéptico frente al arte moderno. 

Gran vía

Sube al metro otra embarazada. Nos miramos con la complicidad de pertenecer al mismo grupo, ese vínculo intangible, que hace que no seamos dos completas desconocidas. Me pregunto si tendrá pareja o estará sola como yo... 
Estos últimos meses no han sido fáciles. Al margen de las molestias típicas de estar en estado, muchos días sentía que me vencía la tristeza, que la angustia impedía que me levantara de la cama... 
Siempre pensé que se puede estar peor, que el ser humano tiene el mismo instinto de supervivencia que un animal, que somos capaces de soportar los mayores sufrimientos y aferrarnos a la vida... bueno, siempre y cuando se tenga una meta... 
Y bueno, ese era mi caso... no lo había pasado bien últimamente pero aquí estoy. Siento esa vida creciendo en mi interior y estoy impaciente de poder enseñarle la luz del sol, para mí el don más preciado, tanto que trato de plasmarla, de condensarla en sus múltiples formas, en mis cuadros… 

Tribunal

Me doy cuenta que es mi estación, cuando ya están abiertas las puertas. Estaba profundamente inmersa en mis recuerdos; a aquella primera tarde que nos vimos en Madrid... 
Al salir del museo, callejeamos sin rumbo fijo, solo disfrutando de la charla y del paseo. Terminamos llegando a la calle Huertas. Desde casi el Paseo del Prado, la remontamos en dirección a la calle Príncipe y la plaza de Santa Ana. Entramos a una tetería, la primera que nos cruzamos delante. Nos sentamos el uno al lado del otro ante la mesita baja de taraceas, entre cojines morunos. Cuando sentí su boca tan cerca, no pude resistir besar sus labios. Ese fue el principio de todo...

Por: El Exiliado del Mitreo y Carol