viernes, 22 de marzo de 2013

Y al fin el fin...




No soy yo de dejar puertas abiertas, de volver sobre mis pasos, de recomponer con cianocrilato los pedacitos del florero favorito de mamá. 


Por eso hoy, cuando se cumple un año de la publicación en este blog de la que inesperadamente se convirtió en su última entrada, vuelvo para deciros que ya no habrá ninguna más, que esa fue la última y definitiva; que sintiéndolo mucho, la novela de Sasha y Ernesto nunca conocerá un desenlace ni un fin, diferente del abrupto final que actualmente existe. 

No sé si este blog tuvo alguna vez lectores habituales; de tenerlos, no sé si alguno de vosotros llegará algún día a leer estas líneas, o si bien os habéis dispersado ya como hojas en el viento, pero no podía marcharme sin apagar las luces; sin confirmar y consumar vuestra comprensión, de que este proyecto no va a continuar. 

A más ver, seguiremos leyéndonos, porque yo no he dejado ni voy a dejar de escribir... de momento.
Salud! 


Por: El Exiliado del Mitreo

jueves, 22 de marzo de 2012

3.2 - No estoy por la labor

Cuando sentí su boca tan cerca, no pude resistirme a besar sus labios. 

La tetería de Huertas; ese fue el principio de todo... he pensado en aquel momento muchas veces desde entonces y aún me siento incapaz de decidir, si me arrepiento de haber acabado la noche allí o no. 

¿Las cosas hubiesen sido diferentes de habernos separado al salir del museo? 

¿O de haber entrado, simplemente, en otro tipo de sitio, donde... hubiese una mesa de por medio, por ejemplo? 

Lo dudo, la verdad, era imposible no responder a ese magnetismo que me empujaba irremediablemente hacia ella. Ya en el museo, con su sonrisa enigmática y sus largas explicaciones sobre técnica y simbolismo, me moría por darle un mordisco; tarde o temprano hubiese terminado por caer.

Nos besamos mientras esperábamos que llegara nuestro té y preparan nuestra shisha. Ya nos habíamos besado antes, por supuesto, pero esta vez no fue como en París, un movimiento provocado por el alcohol y el calor del momento, sino algo mucho más... ¿premeditado? No, esa no es la palabra exacta, o no creo, aunque inconscientemente puede que sí fuera así. 


La verdad no sabría decir quién inició en movimiento, es posible que ninguno o ambos, mejor dicho. Sentí sus labios húmedos en los míos, reconociéndose con suavidad. Lentamente se fueron separando, dejando paso a nuestra lenguas, que comenzaron a jugar entre ellas, dando vueltas una alrededor de la otra. Me gustaba su forma de besar; su lengua se movía en oleadas sucesivas y rítmicas, como si nuestras bocas fuesen un rompeolas.

Y luego allí estaban las teteras humeantes y la pipa de agua. Seguimos besándonos mientras fumábamos y yo acariciaba su espalda y ella mi nuca y mis hombros. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien; era como volver a los primeros besos de la adolescencia, eso era.


Le pedí que me acompañara hasta mi coche, que había dejado en una de las calles aledañas a la iglesia de San Jerónimo el Real. Como es natural, la llevé a casa, aunque ella insistió que en transporte público era más sencillo llegar. Tenía razón, aunque a esas horas no hubiese tráfico, callejear por el centro de Madrid cuando no se hace todos los días, es toda una aventura.

Paré el coche frente a su portal. Era una calle estrecha de una sola dirección, pero había justo un hueco donde apartarme un poco. Nos besamos una vez más, para terminar la noche. Para mí aquel beso era una mezcla de felicidad y tristeza, de ilusión y remordimientos. Ella lo sabía. Entonces salió del coche y lanzándome un último beso desde la puerta abierta del portal, desapareció en las sombras. 

No le había pedido subir, ni ella me lo había ofrecido. Creo que tácitamente habíamos entendido ambos que... supongo... había que poner un límite o ir más de despacio o algo así. No sé, me sentía confuso en aquel momento y aún no me siento capaz de explicar o poner palabras a ciertas cosas, a ciertos sentimientos.


Después de aquel día, ella fue entrando cada vez más en mi vida. Como trabajo en Madrid, quedábamos a tomar un café o a comer con relativa frecuencia y después del trabajo, salíamos por ahí a visitar alguna exposición o simplemente a tomarnos alguna copa.

Solo ocasionalmente nos dejábamos llevar y volvíamos a los besos y a las caricias... la deseaba, mucho, pero aguantaba el tipo lo mejor que podía. Trataba de ser su amigo, cuando en el fondo sabía que aquello, en aquel momento, era una misión imposible. Pero durante algunos meses lo llevé bien, bueno, lo llevamos. Incluso subimos a su piso un par de veces, cuando quería enseñarme algún libro o algún cuadro terminado o a medio terminar... hasta aquel día del autorretrato, cuando...


-Ernesto, ¿Tienes un momento? –la mano que se posó sobre mi hombro acompañando a la interpelación, me despertó de mis ensoñaciones. Tan abstraído estaba que aunque sabía que conocía al dueño de aquella voz, no supe que se trataba de mi jefe, Francisco Ramírez, hasta que no me di la vuelta, haciendo bascular mi sillón sobre su eje.

-Hola Paco, me has sobresaltado, estaba aquí abstraído analizando unos datos que nos han llegado esta mañana de Taipei y no te he oído llegar. Dime ¿Qué querías?

-Preferiría que habláramos en privado. ¿Te bajas a mi despacho o prefieres que hablemos en el tuyo?

-Pues si no nos va a hacer falta un PC, que el mío se lo han llevado para repararlo, podemos ir a mi despacho que está aquí al lado, si te parece.

-Pues venga, vamos para allá, que va a ser solo un momento.

Mi despacho estaba a algunos metros del cubículo vacío donde me había instalado mientras reparaban mi ordenador. Entramos, y mientras le ofrecía asiento, mi jefe cerraba la puerta.

-Bueno, dime, ¿Cúal es ese asunto del que querías hablarme?

Resultaba evidente que el hombre no sabía por donde empezar. Se rascó su pelo canoso y se atusó el bigote ya blanco. El que fuera difícil par él decirme lo que iba a decirme, me demostraba lo que ya sabía, que era un buen tipo. 

-Ernesto, sabes que hemos estado siempre mus satisfechos con tu trabajo. Yo siempre he creído que tienes una mente preclara para este negocio y alguna vez te he dicho que creo que llegarás lejos... sin embargo, de un tiempo a esta parte... digamos, los últimos... mmm... tres o cuatro meses, tu rendimiento ha bajado notablemente. Y bueno, no es tanto la disminución de tu ritmo de trabajo lo que nos preocupa, sino que has empezado a cometer errores que pueden acabar metiéndonos en un apuro... 

Permaneció en silencio unos instantes antes de continuar.

-Quiero que te tomes esto como un toque de atención, no es que hayamos dejado de confiar en ti, ni nada por el estilo, sino que... ¿Es posible que estés teniendo problemas personales o algo así?

-Algo así –respondí, sosteniéndole la mirada. No sé cuál de los dos estaba más turbado.

-Bueno, pues... debes de procurar dejar esos problemas en la puerta al entrar en la oficina, al igual que debes de dejarte los asuntos de la oficina en la oficina, al salir del edificio... que ya sé que no es fácil, pero bueno, hay que intentarlo... Mira, si ves que te vendrían bien uno días de descanso, yo mismo estaré encantado de firmarte unas vacaciones ¿de acuerdo?

-Muchas gracias, Paco, lo tendré en cuenta ¿Algo más?

-No, era solo esto –dijo levantándose, tendí la mano y nos la estrechamos. Cuando se fue, volví de nuevo a mis ensoñaciones. Sabía que debía tenía que procurar centrarme en el trabajo... pero no hoy, hoy no estaba por la labor.

Por: El Exiliado del Mitreo y Carol  

miércoles, 7 de marzo de 2012

3.1 - Metro de Madrid

Tirso de Molina

Una señora se levanta para cederme el asiento. Acepto a pesar de que sólo voy a viajar un par de estaciones. Al menos así podré quitarme abrigo y bufanda, sin tener que hacer equilibrios, evitando asfixiarme en el metro en hora punta. Puedo imaginarme la escena, yo literalmente muerta de calor, asada en pleno invierno, tendida en mitad de un vagón de la línea 1 un martes por la mañana. Pienso esto y me río sola. Hace mucho que no me río. Sonreír sí, pero lo que se dice reírse,... me faltan las ganas. 
Sé que no hay culpables, ni hay errores; no hay víctimas, ni victimarios. Simplemente pensábamos de forma diferente, teníamos expectativas distintas. 
Nuestros caminos tenían que divergir sin remedio. Me apena, pero no puedo cambiarlo. La vida, rara vez, es como uno quisiera... 
Le quiero. Mucho... Pero es mejor así... 
Por él; no por mí... Yo nunca le pedí nada. Fue él quien acabó planteando el “todo o nada”. 
Y eligió la nada. Como si en la vida fuese todo cuestión de “blancos o negros”. Hasta le regalé un lienzo con cuadraditos de diferentes tonos de gris. Pero él siguió viendo sólo el blanco y el negro. 
Lo hablamos una, dos, tres, cuatro,… veinticinco veces. Siempre lo mismo. 
Hasta que me cansé, me agoté, rompimos. 
Yo con mi hijo; nuestro hijo. 
Él con su mujer; su mujer. 
A afrontar el reto sola. 

Sol

Lo nuestro era perfecto. Bueno, casi. Por fin había encontrado a alguien que me estimulara sin agobiarme. Quizás el hecho de que estuviera casado actuaba a mi favor. Yo tenía mi espacio, no me asfixiaba como solía pasarme con otros hombres. Tenía el equilibrio perfecto. Al menos yo. 
No esperamos ni una semana desde nuestra vuelta de París, para quedar por Madrid. Recuerdo que nos citamos una tarde en el Reina Sofía. Íbamos a ver una exposición temporal de Yayoi Kusama en aquel museo. 
Cuando le vi, sentí algo..., por favor, no me miréis raro, si os digo que fue como una especie de revelación divina, como si un oráculo me estuviese diciendo: “Sasha, es ÉL”. No es que crea en ese rollo de la media naranja, pero si es que tal cosa existiera, mi instinto (¿será eso?) me dijo esa tarde que Ernesto era el príncipe azul. 
Me puse nerviosa, aunque traté de actuar con naturalidad. Una vez dentro, ya en las instalaciones, ante los vídeos y los cuadros, me sentí más cómoda. Tener el control me colocaba en una posición de fuerza, me hacía sentir más segura. Y aunque por dentro las mariposas me volviesen vulnerable, sabía ocultarlo muy bien. 
Ernesto mostraba el mismo interés por la Victoria de Samotracia que vimos en el Louvre, que por una performance de los años 70. Claro, que era más inquisitivo y escéptico frente al arte moderno. 

Gran vía

Sube al metro otra embarazada. Nos miramos con la complicidad de pertenecer al mismo grupo, ese vínculo intangible, que hace que no seamos dos completas desconocidas. Me pregunto si tendrá pareja o estará sola como yo... 
Estos últimos meses no han sido fáciles. Al margen de las molestias típicas de estar en estado, muchos días sentía que me vencía la tristeza, que la angustia impedía que me levantara de la cama... 
Siempre pensé que se puede estar peor, que el ser humano tiene el mismo instinto de supervivencia que un animal, que somos capaces de soportar los mayores sufrimientos y aferrarnos a la vida... bueno, siempre y cuando se tenga una meta... 
Y bueno, ese era mi caso... no lo había pasado bien últimamente pero aquí estoy. Siento esa vida creciendo en mi interior y estoy impaciente de poder enseñarle la luz del sol, para mí el don más preciado, tanto que trato de plasmarla, de condensarla en sus múltiples formas, en mis cuadros… 

Tribunal

Me doy cuenta que es mi estación, cuando ya están abiertas las puertas. Estaba profundamente inmersa en mis recuerdos; a aquella primera tarde que nos vimos en Madrid... 
Al salir del museo, callejeamos sin rumbo fijo, solo disfrutando de la charla y del paseo. Terminamos llegando a la calle Huertas. Desde casi el Paseo del Prado, la remontamos en dirección a la calle Príncipe y la plaza de Santa Ana. Entramos a una tetería, la primera que nos cruzamos delante. Nos sentamos el uno al lado del otro ante la mesita baja de taraceas, entre cojines morunos. Cuando sentí su boca tan cerca, no pude resistir besar sus labios. Ese fue el principio de todo...

Por: El Exiliado del Mitreo y Carol 

martes, 27 de diciembre de 2011

Felicidades

Estimad@s amig@s,

Nos hemos tomado unos días de descanso para festejar las navidades, el año nuevo y la consecución de los dos primeros capítulos de "Los ojos de la medusa".

Volveremos con nuevas entradas, un par de semanas pasados los brindis.

Felices fiestas para tod@s!


Por: El Exiliado del Mitreo y Carol 

miércoles, 14 de diciembre de 2011

2.7 - Destino Madrid-Barajas

“Los pasajeros con destino Madrid-Barajas dispónganse a embarcar por puerta…”

Solo escuché el principio de la parrafada, que luego fue repetida también en inglés. 

No fui el único, porque para todos los que estábamos por allí, sentados dispersos en las hileras de bancos de aquella zona de la terminal, fue el pistoletazo de salida para correr a formar una cola delante del mostrador de admisión.

Nando y yo no nos dimos prisa, aunque volábamos en clase turista. Con Iberia los asientos eran numerados, así que tampoco había que matarse para conseguir un supuesto mejor sitio –que a todo esto, ¿cuál es? Porque si se cae el avión me parece que nos recogen a todos con pala. Sí es cierto que tengo una pequeña preferencia por los sitios con ventanilla, pero si me toca pasillo o en medio tampoco es como para hacer un drama en un vuelo tan corto. 

Además mi compañero estaba bastante hecho polvo. En el taxi que nos llevaba al aeropuerto de Orly, ya cabeceaba y me confesó que venía de empalmada; sin dormir. Cuando nos encontramos en el vestíbulo del hotel no lo vi tan mal, pero en cuanto bajó el nivel de actividad, le alcanzó todo el sueño al que había estado ganando la carrera estos días. 

Creo que por tener tan mala cara se ganó el cacheo al pasar el control de seguridad. Te disparan el arco detector de metales cuando les apetece, algún amigo me comentó que lo había visto hacer. Todo sea por nuestra seguridad, cortesía de la paranoia mundial post-11S. 

La verdad que el pobre no tenía cara de que le molestara, en realidad no tenía cara de nada en absoluto más que de querer morirse… o en su defecto de que le dejaran dormir. Estaba convencido que nada más sentarse en el asiento, con el avión aún en pista y todo, iba a ponerse a hibernar como un vulgar oso.

Le dije que si quería nos tomábamos un café, pero el prefirió no hacerlo para simplemente echarse una siesta durante el vuelo e irse a dormir nada más llegar a su casa. Así que para combatir el sopor, opté por darle conversación. Sentados en la sala de espera de la terminal, me contó que la misma tarde en que cada uno se había ido por su lado después de tomar un café en el Marais, él había conocido a un chaval muy majo y habían pasado estos días juntos. Se le veía feliz cuando me lo contaba, pese al cansancio.

Se disculpó por solo haber dado señales de vida estos días, a través de lacónicos mensajes de texto en respuesta de alguno mío. Le dije que yo tampoco me había aburrido, que no se preocupara.


Fuimos de los últimos en embarcar, lo que nos era casi indiferente, porque nuestros asientos estaban situados cerca de la cabina. Teníamos en la misma fila, el asiento del medio y el del pasillo.

“Ponte en el del pasillo tú –me dijo Fernando –total yo me voy a dormir y así no tendrás que aguantar la cara de estar conteniéndose un pedo, de la tipa que hay en el asiento de la ventanilla.”

Me reí. Desde luego que mi risa empeoró la cara de la susodicha, pero estaba casi seguro de que no nos había entendido; hay gente que nace con esa mala sangre.


Despegamos después de que las azafatas efectuaran la tradicional demostración de lo que parecía la danza de apareamiento de algún ave exótica. Como predije, para entonces Nando ya estaba en brazos de Morfeo, y respirando fuerte, lo que parecía incomodar sobremanera a la señora de la ventanilla. 

Yo me desabroché el cinturón de seguridad en cuanto se apagaron las luces tras el despegue y me puse lo más cómodo que pude. Aún no habíamos dejado el cielo de París y ya estaba absorto examinando unos documentos que tendría que presentar en los próximos días a mi jefe. Prefería no pensar demasiado en lo que había pasado estos días. Había disfrutado como hacía tiempo que no lo hacía, pero también lo había pasado mal, porque aún después de mi explicación y de que volviéramos a empezar partiendo de una nueva base, había demasiada tensión sexual entre nosotros dos… Cuando nos despedimos esta mañana, acordamos que ella me avisaría de alguna forma cuando fuese a estar de nuevo en España y le prometí que entonces yo la llamaría. Ahora, sin embargo, no veía tan claro que fuese una buena idea.


Comenzó el ir y venir de sombras que discurrían por la periferia de mi campo visual en dirección al aseo. Una de esas sombras se detuvo a mi lado en el pasillo.

-Hola, guapo, ¿Qué lees?

Levanté la vista de mis informes y me di de frente con el rostro de mi ángel tentador.

-¡Coño! –sí, lo sé, no digáis nada, la madre que me parió...

-No, no, me llamo Sasha, ya sabes –dijo riéndose. ¡A ver! –Tomó uno de los folios y le echó un rápido vistazo -¡Buf! ¡Qué rollo! Sabes, la gente suele leer el periódico o un libro y no estas cosas raras y aburridas; yo me lo haría mirar.

-¿Y qué haces tú aquí?

-Pues es evidente; estoy acosándote –cabrona, siempre tomándome el pelo.

-Me siento halagado, ya tengo mi propia acosadora personal, pensaba que solo los futbolistas famosos tenían derecho a eso –sí, yo también sé hacer bromas… y creo que ni me tembló mucho la voz –no en serio, ¿qué haces tú aquí?

-Vuelo con dirección Madrid-Barajas, ¿Te suena de algo? –dijo sonriendo con insolencia.

-Entonces, ¿eres de Madrid? –Asintió, diciendo simplemente “Sip” -¿Y por qué me dijiste que eras de aquí y de allá, cuando te pregunté sobre eso? No sé, había entendido que ahora estabas viviendo en París –dije fingiendo estar ofendido.

-Oye, Ernesto, nos acabamos de conocer, no te pongas tan controlador –respondió riéndose y guiñándome un ojo.

-¿Tú eres un poco bicho, no?

-Ajá –e hizo como si me pegara una bofetada pero a cámara muy lenta –Venga, si te lo hubiese dicho el otro día no habría podido darte ahora una sorpresa. Uy, me vuelvo a mi sitio que ya están pasando los auxiliares con los carritos de la comida. Buen viaje, te veo en tierra.

-Buen viaje. 

–¡Oh! Ernesto –antes de irse tenía algo más que decirme –a partir de esta tarde voy a estar otra vez en España, así que cuando quieras me llamas y quedamos a tomarnos algo.

-Sí…

-…

-Te has puesto rojo –murmuró Nando como entre sueños.

-No es verdad.

-Sí que lo es, he abierto un ojo para verte –estaba a punto de explotar de risa… y yo también –tienes buen gusto cochino. Te lo digo yo y eso que a mí no me van las tías.

-…

-¡Anda el Ernesto y parecía tonto!

-¡Pero si entre esta chica y yo no ha pasado nada!... –Había levantado la voz, la señora francesa del asiento de la ventanilla me miró sorprendida y molesta -< ¡Pero si no ha pasado nada! > -repetí murmurando.

-¿No? –dijo Fernando abriendo los ojos febriles e inyectados en sangre por la fatiga y volviéndose hacia mí. Yo negué con la cabeza –Uy, a ver si no voy a ser yo aquí el único maricón.

-¡Pero tío, que estoy casado! –había vuelto a levantar la voz. La mujer francesa me volvió a mirar mal; puta vieja.

-¿Y eso cuando ha sido un obstáculo?

-Pues para mí sí, Nando, cuando uno da su palabra debe cumplirla.

-Tú mismo –volvió a cerrar los ojos y a estirarse sobre su asiento, yo volví a mis papeles. A los dos segundos volvió a la carga.

-<Mariquita>

-< ¡Fernando!> -sí, uno también puede gritar en susurros.

-<Perdón> -pero a los dos segundos ya estaba otra vez murmurando entre dientes -<Mariquita…>

Vaya viajecito que iba a darme éste…


Por: Caro y El Exiliado del Mitreo