miércoles, 14 de diciembre de 2011

2.7 - Destino Madrid-Barajas

“Los pasajeros con destino Madrid-Barajas dispónganse a embarcar por puerta…”

Solo escuché el principio de la parrafada, que luego fue repetida también en inglés. 

No fui el único, porque para todos los que estábamos por allí, sentados dispersos en las hileras de bancos de aquella zona de la terminal, fue el pistoletazo de salida para correr a formar una cola delante del mostrador de admisión.

Nando y yo no nos dimos prisa, aunque volábamos en clase turista. Con Iberia los asientos eran numerados, así que tampoco había que matarse para conseguir un supuesto mejor sitio –que a todo esto, ¿cuál es? Porque si se cae el avión me parece que nos recogen a todos con pala. Sí es cierto que tengo una pequeña preferencia por los sitios con ventanilla, pero si me toca pasillo o en medio tampoco es como para hacer un drama en un vuelo tan corto. 

Además mi compañero estaba bastante hecho polvo. En el taxi que nos llevaba al aeropuerto de Orly, ya cabeceaba y me confesó que venía de empalmada; sin dormir. Cuando nos encontramos en el vestíbulo del hotel no lo vi tan mal, pero en cuanto bajó el nivel de actividad, le alcanzó todo el sueño al que había estado ganando la carrera estos días. 

Creo que por tener tan mala cara se ganó el cacheo al pasar el control de seguridad. Te disparan el arco detector de metales cuando les apetece, algún amigo me comentó que lo había visto hacer. Todo sea por nuestra seguridad, cortesía de la paranoia mundial post-11S. 

La verdad que el pobre no tenía cara de que le molestara, en realidad no tenía cara de nada en absoluto más que de querer morirse… o en su defecto de que le dejaran dormir. Estaba convencido que nada más sentarse en el asiento, con el avión aún en pista y todo, iba a ponerse a hibernar como un vulgar oso.

Le dije que si quería nos tomábamos un café, pero el prefirió no hacerlo para simplemente echarse una siesta durante el vuelo e irse a dormir nada más llegar a su casa. Así que para combatir el sopor, opté por darle conversación. Sentados en la sala de espera de la terminal, me contó que la misma tarde en que cada uno se había ido por su lado después de tomar un café en el Marais, él había conocido a un chaval muy majo y habían pasado estos días juntos. Se le veía feliz cuando me lo contaba, pese al cansancio.

Se disculpó por solo haber dado señales de vida estos días, a través de lacónicos mensajes de texto en respuesta de alguno mío. Le dije que yo tampoco me había aburrido, que no se preocupara.


Fuimos de los últimos en embarcar, lo que nos era casi indiferente, porque nuestros asientos estaban situados cerca de la cabina. Teníamos en la misma fila, el asiento del medio y el del pasillo.

“Ponte en el del pasillo tú –me dijo Fernando –total yo me voy a dormir y así no tendrás que aguantar la cara de estar conteniéndose un pedo, de la tipa que hay en el asiento de la ventanilla.”

Me reí. Desde luego que mi risa empeoró la cara de la susodicha, pero estaba casi seguro de que no nos había entendido; hay gente que nace con esa mala sangre.


Despegamos después de que las azafatas efectuaran la tradicional demostración de lo que parecía la danza de apareamiento de algún ave exótica. Como predije, para entonces Nando ya estaba en brazos de Morfeo, y respirando fuerte, lo que parecía incomodar sobremanera a la señora de la ventanilla. 

Yo me desabroché el cinturón de seguridad en cuanto se apagaron las luces tras el despegue y me puse lo más cómodo que pude. Aún no habíamos dejado el cielo de París y ya estaba absorto examinando unos documentos que tendría que presentar en los próximos días a mi jefe. Prefería no pensar demasiado en lo que había pasado estos días. Había disfrutado como hacía tiempo que no lo hacía, pero también lo había pasado mal, porque aún después de mi explicación y de que volviéramos a empezar partiendo de una nueva base, había demasiada tensión sexual entre nosotros dos… Cuando nos despedimos esta mañana, acordamos que ella me avisaría de alguna forma cuando fuese a estar de nuevo en España y le prometí que entonces yo la llamaría. Ahora, sin embargo, no veía tan claro que fuese una buena idea.


Comenzó el ir y venir de sombras que discurrían por la periferia de mi campo visual en dirección al aseo. Una de esas sombras se detuvo a mi lado en el pasillo.

-Hola, guapo, ¿Qué lees?

Levanté la vista de mis informes y me di de frente con el rostro de mi ángel tentador.

-¡Coño! –sí, lo sé, no digáis nada, la madre que me parió...

-No, no, me llamo Sasha, ya sabes –dijo riéndose. ¡A ver! –Tomó uno de los folios y le echó un rápido vistazo -¡Buf! ¡Qué rollo! Sabes, la gente suele leer el periódico o un libro y no estas cosas raras y aburridas; yo me lo haría mirar.

-¿Y qué haces tú aquí?

-Pues es evidente; estoy acosándote –cabrona, siempre tomándome el pelo.

-Me siento halagado, ya tengo mi propia acosadora personal, pensaba que solo los futbolistas famosos tenían derecho a eso –sí, yo también sé hacer bromas… y creo que ni me tembló mucho la voz –no en serio, ¿qué haces tú aquí?

-Vuelo con dirección Madrid-Barajas, ¿Te suena de algo? –dijo sonriendo con insolencia.

-Entonces, ¿eres de Madrid? –Asintió, diciendo simplemente “Sip” -¿Y por qué me dijiste que eras de aquí y de allá, cuando te pregunté sobre eso? No sé, había entendido que ahora estabas viviendo en París –dije fingiendo estar ofendido.

-Oye, Ernesto, nos acabamos de conocer, no te pongas tan controlador –respondió riéndose y guiñándome un ojo.

-¿Tú eres un poco bicho, no?

-Ajá –e hizo como si me pegara una bofetada pero a cámara muy lenta –Venga, si te lo hubiese dicho el otro día no habría podido darte ahora una sorpresa. Uy, me vuelvo a mi sitio que ya están pasando los auxiliares con los carritos de la comida. Buen viaje, te veo en tierra.

-Buen viaje. 

–¡Oh! Ernesto –antes de irse tenía algo más que decirme –a partir de esta tarde voy a estar otra vez en España, así que cuando quieras me llamas y quedamos a tomarnos algo.

-Sí…

-…

-Te has puesto rojo –murmuró Nando como entre sueños.

-No es verdad.

-Sí que lo es, he abierto un ojo para verte –estaba a punto de explotar de risa… y yo también –tienes buen gusto cochino. Te lo digo yo y eso que a mí no me van las tías.

-…

-¡Anda el Ernesto y parecía tonto!

-¡Pero si entre esta chica y yo no ha pasado nada!... –Había levantado la voz, la señora francesa del asiento de la ventanilla me miró sorprendida y molesta -< ¡Pero si no ha pasado nada! > -repetí murmurando.

-¿No? –dijo Fernando abriendo los ojos febriles e inyectados en sangre por la fatiga y volviéndose hacia mí. Yo negué con la cabeza –Uy, a ver si no voy a ser yo aquí el único maricón.

-¡Pero tío, que estoy casado! –había vuelto a levantar la voz. La mujer francesa me volvió a mirar mal; puta vieja.

-¿Y eso cuando ha sido un obstáculo?

-Pues para mí sí, Nando, cuando uno da su palabra debe cumplirla.

-Tú mismo –volvió a cerrar los ojos y a estirarse sobre su asiento, yo volví a mis papeles. A los dos segundos volvió a la carga.

-<Mariquita>

-< ¡Fernando!> -sí, uno también puede gritar en susurros.

-<Perdón> -pero a los dos segundos ya estaba otra vez murmurando entre dientes -<Mariquita…>

Vaya viajecito que iba a darme éste…


Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

No hay comentarios:

Publicar un comentario