jueves, 13 de octubre de 2011

1. 3 - Medusas

Me serví la habitual taza de café que me convertía en persona cada mañana y me fui para el atelier. Me gustaban las mañanas para pintar. Me sentía más viva con el sol entrando por la ventana rectangular de la buhardilla. 

Me quedé de pie frente a la tela blanca, 
observándola-observándome, 
sintiéndola-sintiéndome, 
imaginándola-imaginándome…

Muchas veces, solía comenzar a pintar sin una idea previa del resultado, dejándome llevar por mis impulsos. Cerraba los ojos y simplemente imaginaba el mundo en el que quería estar en ese instante. Era libre de crear mi realidad, una realidad que trascendía la imaginación y se materializaba. Podía transmitir mis pensamientos sin necesidad de hablar, sin racionalizarlos, sin ser víctima de prejuicios y morales con los que no comulgaba.

Pero ese día fue diferente. Sentía que alguien guiaba mi mano, que hacía trazos aleatorios…Me dejé llevar, como bailando lento a merced de las órdenes de alguien más poderoso. Estaba poseída con un espíritu desconocido, que se había apoderaba de mis movimientos y los dirigía (¿hacia dónde?). 

No tenía control sobre mi cuerpo, mis manos se movían con miedo, pero con la firmeza que les impartía mi pareja de baile. Perdí toda noción del tiempo. Ya no estaba en mi piso, ni estaba en cualquier otra realidad que hubiese podido imaginar cualquier otra mañana en mi atelier. ¿Dónde estaba? 

Terminaron por temblarme las piernas, sentí que me faltaba el aire… me dejé caer al suelo, y cerré los ojos… el silencio, el vacío, la nada...

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que me incorporé. Inmediatamente bajé a la farmacia.

- Un test de embarazo por favor.

Subí a casa y me obligué a hacer pis aunque no tenía ganas.

Salí a fumar un cigarrillo en el balcón para ocupar los cinco minutos de espera. Pensaba en el ritual que acababa de vivir, no comprendía si había sido real o simplemente fruto de mi imaginación al límite de la sobrecarga. A veces me ocurría pensar que había estado en lugares por los que sólo había caminado en mi imaginación. Podía jurar que había estado con Ernesto en Berlín, aunque él se empecinara en hacerme creer que nunca habíamos estado allí.

Corrí hasta el baño y de nuevo ahí estaban las dos líneas riéndose de mí.

Cuatro líneas en dos test. Era una prueba bastante objetiva de que esto era real.

- Sasha, la segunda raya no va a desaparecer.

Entonces empuñé el auricular y me puse a marcar. Mi teléfono era un aparato en baquelita roja de los años 60’, con el que Warhol bien hubiese podido llamar a Dios. El pobre debía de haber rodado de trastero en trastero, reemplazado por un cacharro moderno, hasta acabar en una chamarilería del Rastro, donde había topado conmigo. Un caso de amor a primera vista, ya sabéis.

Nueve giros de rueda y un silencio mientras que la telefónica me daba línea. Nueve giros de rueda me separaban de él. Porque estaba segura de que él contestaría.

Vino la sucesión de pitidos largos que significaban que del otro lado su teléfono estaba sonando.

Colgué después de escuchar la tercera señal. Había marcado llevada por uno de mis impulsos pero no había pensado qué iba a decirle. Además eran las dos y media, de modo que con toda certeza, llamaba en mal momento. 

Nervios, acompasados otra vez de un cigarrillo. 

Tratando de calmarme para no seguir dándole vueltas al asunto, me acordé del trance de la mañana. Fui hasta el atelier y miré el lienzo; eran las medusas de mi sueño…




Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

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