miércoles, 19 de octubre de 2011

1. 4 – Paella de marisco


A-6, carretera de La Coruña.

La única diferencia entre hoy y un día de diario, es la dirección del atasco.
Los sábados cuando hace bueno, los madrileños huyen de su ciudad.
Bueno, no todos, los que tienen a donde ir; la casita de los fines de semana y días de fiesta; o a los que les gusta subir a comer a algún pueblito de la sierra de Guadarrama.
En dirección contraria al tráfico lento, vamos rápidos en nuestro carril. De entrada hay muy pocos coches.

Iba concentrado en la autopista, perdido en mis pensamientos.
A mi lado, en cambio, ella hablaba y hablaba sin parar por encima del ruido de la radio, que no recordaba haber encendido. No sé si esperaba alguna contestación por mi parte; con un “ajá” de vez en cuando, parecía conformarse.
Y no es que no supiera de qué estaba hablando; hablaba de cosas de la oficina, siempre era lo mismo. Y no es que hablara exclusivamente de curro, pero sí de cosas que sucedían en la oficina.

- Julia, ¿Por qué no bajamos a Madrid el miércoles y vamos a algún espectáculo?
-¿Cómo? –no sé si estaba más sorprendida por lo que acababa de decirla o por la interrupción.
-Sí, no sé, podríamos ir a cenar y luego a la ópera al Real.
-¿A la ópera? –su cara había tomado un aire entre sorprendido y divertido -¿Y desde cuando te gusta a ti la ópera?
-Bueno en realidad no sé si me gusta, porque nunca he ido, pero podría estar bien.
-¿Y que ópera ponen?
-Pues no lo sé, pero eso es lo de menos, porque de todas formas ni tú ni yo tenemos prácticamente ni idea de ópera ¿no?
Su mirada tomó ese característico aire irónico que gastaba cuando creía que me había pillado en un renuncio, condimentada con una media sonrisa burlona.
-Bueno, el miércoles ya sabes que tengo clase de pilates.
-Podrías faltar.
-Si hombre con lo caro que cuesta.
-Entonces tal vez podrías tratar de cambiar la clase a otro día ¿no?
-¡Buff! ¿Cuándo? Ya sabes que tengo siempre algo, además eso es un lío.
Yo guardé silencio; ella al cabo de unos instantes terminó diciendo –Bueno, ya veremos, cari.
Así que no, eso quería decir que no, que no estaba por la labor.

Llegar a casa de sus padre no nos tomó más de media hora, cuarenta minutos, y como la mitad de eso en encontrar donde aparcar. No puede decirse que en Argüelles haya sitios para dar y tomar donde dejar el coche.
Siempre me había fascinado el ascensor de aquel edificio, con su estructura enrejada en estilo modernista y el elegante forrado en madera de la cabina y ese juego de botoncitos tan vetustos, que casi podría darte por imaginar que en realidad el artefacto era izado hasta el piso convenido, por un burro que diera vueltas atado a una noria.
Al tocar al timbre me llevé una agradable sorpresa, porque nos abrió Isabel, la hermana de Julia, con la que siempre había hecho muy buenas migas.
-Hermana, Ernesto, mamá ya estaba preguntando por vosotros –dijo con jovialidad mientras nos daba dos besos –Es que ha hecho paella que sabe que te encanta, cuñado, y ya estaba temiendo que se le fuese a pasar el arroz.
-Uy qué bien, hay que ver cómo me quiere mi suegra –dije riendo mientras le entregaba la botella de vino que traíamos.
-Riberita del Duero de reserva, qué bien, papá se va a poner muy contento –y ya en tono más confidencial, según avanzábamos por el corredor hasta el interior del amplio pido –Menos mal que habéis venido, Ernesto, están pesadísimos, les he dicho pensaba irme a Ibiza a abrir una tienda de ropa de lino y collares de artesanía y no sabes el coñazo que me estaban dando.
-Tranqui, Isa, que el chache se ocupa de aplacar a las fieras –dije riendo, junto con un guiño de ojo.
Isabel, qué genia. Algunos años mayor que mi mujer. Creo que es de mi edad o casi, no recuerdo si tiene treinta y uno o treinta y dos. Tiene dos críos y hace un par de años que se divorció. Su marido era un idiota estirado, nunca me cayó bien, al igual que tampoco entendí nunca muy bien cómo habían acabado juntos. Él se divorció de ella; un idiota, ya os lo decía; y ella desde entonces estaba viviendo, según su madre, una segunda adolescencia.

Conversación y aperitivos previos a sentarse alrededor de la mesa fueron omitidos, porque sí que era verdad que la comida estaba lista.
Fui servido el segundo, inmediatamente después de mi suegro, que para hacer tiempo hasta que se atemperara un poco el humeante platazo de arroz que nos habían servido, abrió la conversación comentando la última medida del gobierno, para él, la encarnación de todos los males del país.
El hombre tenía ese monotema; y algunos más; y ni siquiera la mirada reprobadora de su mujer, que opinaba que la política había que dejarla para la sobremesa, ni las miradas de aburrimiento de todos los demás eran capaces de contener su diatriba
En realidad, a mí me divertía darle cuerda con alguna frase tópica y manida, de esas que se han repetido tantas veces, que más parecen un credo, que una opinión subjetiva... y bueno, como además Julia me miraba mal, este jueguecito mío hacía que me sintiera un poco como un niño travieso.
Dichos mis dos o tres improperios de rigor contra el presidente y sus ministros, me abstraje a mi plato de paella.
Lo ataqué por la capa de arroz tostado y caramelizado que Angelines, mi suegra, sabiendo que el socarrado me vuelve loco, se había afanado en rascar del fondo de la paella.
Cuando a penas estaba saboreando la segunda pinchada de arroz y a la vez que iba pelando una gamba, oí sonar el móvil. Lo tenía en el bolsillo interior de la chaqueta, que había dejado colgada del respaldo de la silla a la hora de sentarme a comer.

-Mira a ver quién es, Julia, que tengo las manos manchadas.
Ella rebuscó en mi chaqueta hasta que logró dar con el dichoso teléfono.
-Alejandro Saavedra -leyó de un vistazo a la pantalla -Ha colgado
Efectivamente el móvil había dejado el solito de sonar.
-Es un compañero de trabajo, estamos llevando un proyecto junto. Ya le llamaré esta tarde...
Miré a Julia de reojo. En su rostro no leí expresión alguna que denotase algo fuera de lo normal.  
-¿Y qué tal va el trabajo, Ernesto? ¿Nuevos horizontes de inversión?
-Pues estamos estudiando el invertir en Tailandia, hay buenas perspectivas y...
Seguí improvisando un discurso aburrido con mucha jerga técnica, del tipo  que tanto gustaban a mi suegro.  

Bueno, parece que con esto se había vadeado ya el tema de la política, ahora me tocaba a mí echar mi rollo de economista...y la verdad tenía la cabeza en otros asuntos bien distintos...



Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

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