miércoles, 16 de noviembre de 2011

2.3 – Spectrum

“¿Y qué debo hacer yo ahora?”


Hasta donde me alcanza la memoria, un espejo a presidido siempre los momentos cruciales de mi vida. Recuerdo que de chaval me pasaba a veces hasta una hora encerrado en el baño, exponiendo mis dudas ante el espejo. Si debía pedir salir a una o a otra, si era el momento adecuado o debía esperar. Si debía estudiar ciencias o letras, ingeniero o economista...

Mi madre pensaba que me masturbaba. No sé si preferiría eso, a saber que tenía un hijo que era casi incapaz de saber discernir claramente el sentido que debía tomar su vida...

Pasé una noche en vela delante del espejo de tocador que mis compañeros y yo rescatamos de un contenedor para instalarlo en mi piso de soltero. En toda la noche no fui capaz de discernir con claridad si debía casarme con Julia o no, así que pasé que se me fue la mañana ahí delante y solo accedí a levantarme del sitio cuando mis amigos me arrastraron hasta la mesa para comer.

Mi mejor amigo, mi padre, me dijo que hay cosas en la vida que uno debe hacerlas solo cuando no le cabe el menor resquicio de duda. Yo estaba seguro de ya no estar enamorado de ella, si es que alguna vez lo había estado, pero quién ha dicho que esa sea una condición necesaria para casarse, ni siquiera debería ser una condición suficiente; así le va a la gente, cuando se les acaba el amor, y el amor siempre se acaba, se dan de bruces con la hipoteca, los hijos y los problemas que plantea compartir tus bienes con otra persona.

La suya en cambio era una decisión meditada. Se llevaban bien y puede que no se amasen, pero se tenían cariño y en la cama funcionaban bien. Ambos tenían una solvencia económica que les permitiría comprarse fácilmente un chalet adosado o incluso un dúplex en algún pueblo del noroeste de Madrid, en torno a la carretera de la Coruña. Las Rozas o Pozuelo serían prohibitivos para ellos, pero en Majadahonda o Torrelodones era seguro que algo podrían encontrar a su alcance, todo era cuestión de buscar...

Julia era guapa, aunque no demasiado interesante. Lista sí, pero aburrida. No tenía inquietudes simplemente. No leía, tampoco le iba el cine, más allá de las comedias románticas y era una gran adicta a las series americanas, que muchas solo se diferencian de las telenovelas venezolanas, en que la acción sucede en Estados Unidos y los actores son americanos. Le gustaba viajar porque está de moda y siempre queda bien en conversaciones de oficina y en reuniones familiares, decir que has estado aquí o allá, pero el pozo que dejan esos viajes es poquito, poquito.

Pero él tampoco le daba mucha importancia a eso, nadie es perfecto, era buena persona que es lo importante, tal vez un poco adicta a los cotilleos y las conversaciones banales de oficina, pero bueno, le quería y estaba como loca por casarse con él después de dos años de novios.


“Creo que no podía haber persona para mí más idónea que ella, al menos, no había dado con ella aún y tampoco me apetecía mucho andar buscándola con la edad que ya tenía. Era momento de pensar en sentar la cabeza y...”

Y ahí estaba aquella mañana en París. Otra vez delante de un espejo y sin comprender muy bien, las circunstancias que me habían llevado a rememorar las reflexiones que guiaron en su día la decisión de casarme con Julia, hacía ya dos años y medio.

Ahora no era cuestión de eso, no lo era en absoluto, solo era cuestión de saber si debía llamar a la chica que conocí anoche o no. Y aún así, ¿Donde estaba la duda?, por supuesto que debía hacerlo, ¿Qué podía haber de malo en darse una vuelta por París con una compatriota? ¡Además era pintora! París rebosaba arte, es una ciudad que lo exuda por todos sus poros, como si fuese su propio olor corporal. Tener la oportunidad de conocer un poco más la ciudad en compañía de una artista, era todo un privilegio.

Una pintora con nombre de zarina...


Miré la tarjeta que me dio al despedirnos. Me la había sacado del bolsillo nada más llegar a mi habitación en el hotel. La había encajado en una esquina del espejo; en el resquicio entre la luna y el marco. De este modo, sería casi la primera cosa que viera al levantarme, así no se me olvidaría... que precaución más tonta...

La hice girar lentamente entre mis dedos, observándola con detenimiento. Era un ejercicio que hasta entonces no había realizado.

Muy bonita, desde luego que sí. Nada que ver con el típico trabajo hecho según un modelo estándar.

“Sasha Nogueira”. Y nada más. Bueno sí, una página Web, una dirección email y un número de teléfono. Se suponía que si esta tarjeta llegaba hasta tus manos, sobraban el resto de explicaciones.

Me gustaba. Paladeaba la idea y encajaba perfectamente con la imagen que me había formado de ella en el rato que habíamos estado charlando. Semejante atrevimiento... como cuando me había hecho prometerle que la llamaría al día siguiente.

Pues ahí estaba él, recién levantado, y jugueteando con su tarjetita entre los dedos.

Levanté la vista y me vi sonriendo frente al espejo. Ahora estaba claro; tenía que llamarla.


-¿Sí?

-¿Sasha? Hola... soy...Ernesto –Podía notar yo mismo la inseguridad en mi voz ¿Porqué me estaba poniendo tan nervioso?

-Hola guapo no te esperaba tan pronto –dijo riéndose –Me pillas recién levantada y con una resaca bastante fea.

-Si quiere te llamo más tarde... –argullí ahora aún nervioso.

-No, no, está bien, con agua y un poquito de ibuprofeno estaré como nueva. Esta no es la primera resaca que he pasado... aunque siempre deseo que sea la última.

-Te llamaba porque aún voy a estar un par de días aquí y...

-Y no puedes pasarte sin verme ¿Verdad? –Volvió a reírse, este diablo de mujer estaba por volverme loco, pero en realidad me contagió su risa y empecé a sentirme más seguro.

-Ya que tengo el privilegio de conocer a una artista de prestigio internacional como tú, tengo que aprovechar ¿no?

Así estuvimos un buen rato bromeando distendidamente y pese a que no solía ser así, ella consiguió que me consiguiera sentir cómodo hablando por teléfono.

Me dijo que ella tampoco tenía mucho que hacer estos días, así que tendríamos mucho tiempo para visitar la ciudad, que ella me enseñaría el París que no viene en las guías y que así tendríamos mucho tiempo para hablar de nosotros e irnos conociendo.

Cuando le hablé de mi compañero, de que a lo mejor podría acompañarnos, creo recordar que su respuesta fue algo parecido a que plantara un bosque y se perdiera en él. Me hizo reír bastante y me sentí curiosamente feliz por esa respuesta.

Entonces hablamos de lo que íbamos a hacer. Que ella iba ahora a desayunar y que cuando se le pasase un poco la resaca, me llamaría para concretar la hora. Pero que yo estuviese listo para salir; que íbamos a ir al Louvre, y que iba a explicarme las secciones de arte medieval, como no se me lo habían explicado nunca.

Me sorprendió que una artista que realizara arte abstracto, fuera experta en arte de la Edad Media...

-Es que tú nunca has conocido a alguien como yo, chaval –fue su respuesta y es muy posible que tuviera razón.

Tras eso nos despedimos.

Colgué y me quedé un rato mirando al teléfono. De reojo me vi en el espejo. Ya estaba sonriendo otra vez, lo peor es que sentía como todo mi ser era sacudido por una emoción extraña.

Entonces empecé a pensar, que sí que había razones para preocuparse.


Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

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