viernes, 4 de noviembre de 2011

2.1 – L’Étoile Manquante

Hay días así. Malos días. 

Mi abuelita diría que este es uno de esos días en los que más vale no levantarse de la cama. 

¿Por qué siempre le habré hecho tan poco caso a mi abuelita? 



Esta mañana, en La Défense se habían reído de nosotros de forma descarada. Habían tenido el cuajo de hacer que nos desplazáramos desde Madrid para nada. Simple y llanamente, nos habían utilizado como acicate para arrastrar a la baja la oferta los chinos, de modo que cuando nos recibieron, ya estaba todo el pescado vendido –sí, esa es otra expresión de mi abuelita –así que nos habíamos vuelto casi como habíamos venido, sin que apenas hubiesen prestado atención a lo que teníamos que decir. 

Bueno, bueno, y cuando llamamos a nuestro superior…creo que los gritos nos llegaban desde Madrid casi sin la intermediación del auricular… 



-Mira Ernesto, no me calientes los cascos, que yo estaba allí contigo. Se han servido de nosotros para hacerle la cama a los chinos. Sí. ¿Y qué? Míralo por el lado bueno, por lo menos no nos han hecho la cama a nosotros –este que me interrumpe con tan poca delicadeza es Fernando, mi colega y amigo; un tío de puta madre; y joder, lo que daría por ser tan flemático como él –Y lo que es mejor aún, todavía nos quedan dos días de todo incluido en París por cortesía de la empresa. Para que “prosigamos con nuestras gestiones”… visitando la ciudad – Con esa cara de pillo, guiño incluido, no se puede hacer otra cosa que reír. Y veréis, eso hago. 



Aunque solo un instante, porque enseguida se me vuelve a poner cara de funeral, como suele decir mi compañero… Es que este es un mal día, como había empezado diciéndoos. Un día de mierda. Y el negocio fallido de la mañana es solo una cosa más a añadir al montón... 

-Perdona tío, es que hoy estoy bastante quemado. 

-¿Y qué te pasa? –Fernando me miraba con interés por encima de su taza de café, lo que no le impedía echar vistazos fugaces a la gente que pasaba por la calle. Nos habíamos sentado en un café de la rue Vieille-du-Temple, situado justo en frente de la desembocadura de la calle Sainte-Croix de la Bretonnerie. 

La calle está llena de encanto como todo el Marais. Estrecha, aunque de edificios no muy altos como es habitual en esta ciudad. Un solo carril para el tráfico de un solo sentido y sin banda de aparcamientos. Unas exiguas aceras, a lado y lado, protegidas con pivotes de fundición para evitar que se suban los coches. 

“L’Étoile Manquante” es un pequeño café, con un espíritu propio, aunque a mí me conquistó solo con su nombre. La Estrella Ausente. Que nombre más grande. La terraza es minúscula. A penas una hilera de mesitas frente al ventanal y a los lados de la puerta. Mesitas que son apenas uno veladores con una silla de bambú a cada lado, en un estilo muy parisino, por otro lado. Y para qué más, me dije cuando nos sentamos a tomar un café, para qué más… 



-Veeenga, dime –como me he quedado callado, pensando un poco en todo y a la vez en nada, él insiste y yo al fin, me desbordo como una rambla. 

-Pues lo de siempre, tío, esa sensación que tengo a veces de estar haciendo el idiota con mi vida. No sé, es difícil de explicar, es como una angustia que no me abandona nunca, que está siempre ahí. Como una sensación de perpetua disconformidad –Fernando sigue en silencio mi torrente de palabras, mientras sigue dando pequeños sorbos a su café –Hago las cosas porque tengo que hacerlas, porque me disciplino a ello, sigo una rutina y punto, pero no las siento. Es como si me sintiera vacío, hueco por dentro… –cogí aire y continué –creo que la imagen que mejor lo expresa, es que a ratos tengo la sensación de verme desde fuera de mi cuerpo, como si fuese otra persona la que hace las cosas, la que vive mi vida como un autómata… 

Fernando mira a su taza casi vacía y se rebulle en el asiento cambiando de postura. 

-No sé si me explico –adelanto. 

-Sí, creo que te entiendo. 

-¿Y tú qué opinas? Tal vez sea una característica en mí el ponerme metas irrealizables, no lo sé, pero lo cierto es que tengo siempre tendencia a complicarme la vida más de la cuenta. 

-La vida de por sí es complicada, Ernesto. No veo nada de malo en que te hagas preguntas. 

-¿Y las respuestas? Creo que cada vez tengo las cosas menos claras. Me siento cada vez más confundido –menuda tabarra le estoy dando al pobre Fernando, pero ahora que empezado no puedo parar –Muchas veces desde hace algunos años me asalta la idea de desaparecer, de borrarme… 

-¿De morirte? 

-No, de morirme no; de largarme de aquí, de irme, dejarlo todo atrás y empezar una nueva vida donde nadie me conozca. Ser por ejemplo un estibador en Belfast, hacerme guarda forestal en el Pirineo, o esquilador de ovejas. 

-¡Ja! Rapar ovejas, mira que tienes imaginación, a mí ese curro nunca se me hubiese pasado por la cabeza. 

-Nando, por favor, no te cachondees que estoy hablando en serio –aunque me resulta imposible no sonreír. 

-Sí, sí, si tiene que ser bonito eso de rapar ovejas. Bonito, bonito e interesante –a ironías es difícil ganarle. 

-Para el caso es lo mismo, a mí me va bien; es que me siento jodidamente agobiado. Siento que se me van cerrando puertas, que cada vez tengo menos posibilidad de decidir cómo va a ser mi vida. Siento que esto se me va de las manos sin remedio... 



Nos estamos en silencio un instante. Sorbo a sorbo, nuestras tazas ya casi están vacías. Fernando sonríe, así que al fin le pregunto. 

-Tío, ¿A que estoy para que me aten? 

-Tú y yo ¿Y quién no? -Seguía sonriendo aunque sus ojos estaban serios -La verdad, me parece muy razonable lo que te pasa. Creo que deberíamos hablarlo otro día más frescos, así no lo verías todos tan negro. 

-Sí, es cierto que ahora necesito desconectar un poco. 

-¡Estupendo!, porque al pasar he visto un par de sitios que me han gustado bastante en la calle de allá en frente. 

-Fernando ¿Y qué voy a hacer yo en un bar de ambiente? –le respondo riendo. Porque no lo he dicho, pero Fernando es gay. En la empresa es algo que solo sabemos nuestra secretaria y yo...oficialmente, porque cuando se le conoce lo suficiente es difícil no darse cuenta. 

-Ah yo que sé, a lo mejor eso ayuda a tu yo verdadero a salir. 

-¡Anda, golfo! Que nos conocemos y ya me estás queriendo liar con tus rollos –me río a carcajadas mientras le palmeo la espalda. 

Seguimos bromeando aún algunos minutos, hasta que nos damos definitivamente el hasta mañana. Él cruza la calle hacia rue Sainte-Croix y yo continúo acera arriba rue Vieille-du-Temple. 

Lo cierto es que me apetece pasear y eso hago. Caminar sin ningún objeto ni destino concreto. Solo eso; caminar. 

Así, errando, tomo la segunda a la derecha; rue des Francs-Bougeois. Dejo atrás la biblioteca histórica de la villa de París y las impresionantes rejas del Musée Carnavalet. Cruzo la rue de Sevigné, la rue de Turenne, y casi sin darme cuenta acabo desembocando en una plaza amplia, rodeada de edificios de dos alturas y áticos abuhardillados. Hay un parque bordeado por un reja en el centro, estatua y grupo de árboles incluido, y entre este y los edificios, una calle que sigue el contorno de la plaza. 

La curiosidad me impulsa a buscar una placa y cuando la encuentro leo “Place des Vosges” y me pongo a pensar de qué me suena ese nombre o de qué debería sonarme. Sé que nunca había estado aquí en anteriores ocasiones, pero ese nombre me trae el recuerdo de viejas lecturas o de frases hilvanadas al vuelo antes de que se las llevara el viento. Al fin caigo, ese nombre me suena, porque en esta plaza está la casa de Víctor Hugo, el autor de los Miserables, entre otros, porque este tío es una de las mayores figuras de la literatura francesa… 

Pero es penetrar en la galería porticada, para darme cuenta enseguida, de que si la plaza es célebre, no es solo porque viviera aquí el famoso escritor, sino porque salvo algún restaurante que otro, los bajos comerciales son todos galerías de arte. 

Y no puedo hacer otra cosa que maravillarme como un crío, escaparate tras escaparate. Por primera vez en todo el día empiezo a sentirme bien y va penetrando poco a poco en mí la sensación, de que mi suerte está a punto de cambiar.



Por: Caro y El Exiliado del Mitreo

2 comentarios:

  1. *Plas plas plas* un texto cojonudo! Os acabo de descubrir, así que ahora tendré que empezar por el principio.

    ResponderEliminar
  2. Estimado o estimada anónimx, ¡Muchas gracias! Tú comentario además nos hace doble ilusión por ser el primero desde que inauguramos el blog.
    No sé si te habrás fijado pero publicamos un nuevo fragmento de la novela cada semana, así que ya sabes, puedes entrar semanalmente a ver qué tal van las cosas.
    Si tienes amigos y/o familiares a los podamos interesarles, ya sabes, difundenos.
    De nuevo muchas gracias y un saludo :)

    ResponderEliminar