miércoles, 7 de marzo de 2012

3.1 - Metro de Madrid

Tirso de Molina

Una señora se levanta para cederme el asiento. Acepto a pesar de que sólo voy a viajar un par de estaciones. Al menos así podré quitarme abrigo y bufanda, sin tener que hacer equilibrios, evitando asfixiarme en el metro en hora punta. Puedo imaginarme la escena, yo literalmente muerta de calor, asada en pleno invierno, tendida en mitad de un vagón de la línea 1 un martes por la mañana. Pienso esto y me río sola. Hace mucho que no me río. Sonreír sí, pero lo que se dice reírse,... me faltan las ganas. 
Sé que no hay culpables, ni hay errores; no hay víctimas, ni victimarios. Simplemente pensábamos de forma diferente, teníamos expectativas distintas. 
Nuestros caminos tenían que divergir sin remedio. Me apena, pero no puedo cambiarlo. La vida, rara vez, es como uno quisiera... 
Le quiero. Mucho... Pero es mejor así... 
Por él; no por mí... Yo nunca le pedí nada. Fue él quien acabó planteando el “todo o nada”. 
Y eligió la nada. Como si en la vida fuese todo cuestión de “blancos o negros”. Hasta le regalé un lienzo con cuadraditos de diferentes tonos de gris. Pero él siguió viendo sólo el blanco y el negro. 
Lo hablamos una, dos, tres, cuatro,… veinticinco veces. Siempre lo mismo. 
Hasta que me cansé, me agoté, rompimos. 
Yo con mi hijo; nuestro hijo. 
Él con su mujer; su mujer. 
A afrontar el reto sola. 

Sol

Lo nuestro era perfecto. Bueno, casi. Por fin había encontrado a alguien que me estimulara sin agobiarme. Quizás el hecho de que estuviera casado actuaba a mi favor. Yo tenía mi espacio, no me asfixiaba como solía pasarme con otros hombres. Tenía el equilibrio perfecto. Al menos yo. 
No esperamos ni una semana desde nuestra vuelta de París, para quedar por Madrid. Recuerdo que nos citamos una tarde en el Reina Sofía. Íbamos a ver una exposición temporal de Yayoi Kusama en aquel museo. 
Cuando le vi, sentí algo..., por favor, no me miréis raro, si os digo que fue como una especie de revelación divina, como si un oráculo me estuviese diciendo: “Sasha, es ÉL”. No es que crea en ese rollo de la media naranja, pero si es que tal cosa existiera, mi instinto (¿será eso?) me dijo esa tarde que Ernesto era el príncipe azul. 
Me puse nerviosa, aunque traté de actuar con naturalidad. Una vez dentro, ya en las instalaciones, ante los vídeos y los cuadros, me sentí más cómoda. Tener el control me colocaba en una posición de fuerza, me hacía sentir más segura. Y aunque por dentro las mariposas me volviesen vulnerable, sabía ocultarlo muy bien. 
Ernesto mostraba el mismo interés por la Victoria de Samotracia que vimos en el Louvre, que por una performance de los años 70. Claro, que era más inquisitivo y escéptico frente al arte moderno. 

Gran vía

Sube al metro otra embarazada. Nos miramos con la complicidad de pertenecer al mismo grupo, ese vínculo intangible, que hace que no seamos dos completas desconocidas. Me pregunto si tendrá pareja o estará sola como yo... 
Estos últimos meses no han sido fáciles. Al margen de las molestias típicas de estar en estado, muchos días sentía que me vencía la tristeza, que la angustia impedía que me levantara de la cama... 
Siempre pensé que se puede estar peor, que el ser humano tiene el mismo instinto de supervivencia que un animal, que somos capaces de soportar los mayores sufrimientos y aferrarnos a la vida... bueno, siempre y cuando se tenga una meta... 
Y bueno, ese era mi caso... no lo había pasado bien últimamente pero aquí estoy. Siento esa vida creciendo en mi interior y estoy impaciente de poder enseñarle la luz del sol, para mí el don más preciado, tanto que trato de plasmarla, de condensarla en sus múltiples formas, en mis cuadros… 

Tribunal

Me doy cuenta que es mi estación, cuando ya están abiertas las puertas. Estaba profundamente inmersa en mis recuerdos; a aquella primera tarde que nos vimos en Madrid... 
Al salir del museo, callejeamos sin rumbo fijo, solo disfrutando de la charla y del paseo. Terminamos llegando a la calle Huertas. Desde casi el Paseo del Prado, la remontamos en dirección a la calle Príncipe y la plaza de Santa Ana. Entramos a una tetería, la primera que nos cruzamos delante. Nos sentamos el uno al lado del otro ante la mesita baja de taraceas, entre cojines morunos. Cuando sentí su boca tan cerca, no pude resistir besar sus labios. Ese fue el principio de todo...

Por: El Exiliado del Mitreo y Carol 

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